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Meryl Streep, Carey Mulligan y Helena Bonham Carter toman las calles londinenses, armadas con un montón de pancartas y muchas ganas de plantar cara a la sociedad de principios del siglo XX.
Los fantasmas de los varones victorianos y eduardinos, esos que en vida encarcelaban a las mujeres por el simple hecho de pedir el sufragio universal, seguramente habrán agitado sus cenizas óseas encerrados dentro de sus poltronas eternas, cuando Sarah Gavron y su equipo entraron en el Palacio de Westminster con el objetivo de rodar algunas escenas de Suffragette.
Tal acción ha sido histórica por dos lados. Primero, por tratarse de la única producción cinematográfica que ha conseguido el permiso de los parlamentarios británicos para grabar en el interior de las cámaras donde se decide la política del Reino Unido. Segundo, porque además lo había conseguido un libreto que recordaba las luchas sin cuartel que la liga femenina libró contra el gobierno liderado por Lloyd George.
Semejantes cotas sitúan la obra creada por la directora de Brick Lane en un puesto aventajado en cuanto al interés por visionar los resultados de tanto trabajo, orquestado para ambientar adecuadamente el guion original escrito por Abi Morgan (quien tuvo muy presente las memorias de la activa aristócrata Emmeline Pankhusrt).
MERYL STREEP Y LOS DERECHOS DE SU SEXO
Hasta 1918 (en Inglaterra, Escocia y País de Gales) y 1928 (en Irlanda), las urnas de las islas del Rey Arturo estaban vedadas a las herederas de Eva. La sociedad abiertamente machista había amordazado el poder de decisión de las esposas, hermanas, prometidas, madres, abuelas, primas, tías, sobrinas, nietas… Y así continuó década tras década, hasta que señoras como Emmeline Pankhurst, Annie Kenney, Emily Davison y Ethel Smyth fueron de puerta en puerta con la misión de solicitar la justicia ninguneada al mal llamado sexo débil.
Estas guerreras, aferradas a las pancartas y los discursos de vitriolo, se enfrentaron con los poderes establecidos de una época de dictaduras bigotudas, solo con el fin de lograr la dignidad legal que los lores y los comunes se resistían a conceder a las women.
Centrada en una de esas militantes anónimas, a la que Abi Morgan bautiza como Maud, el argumento de la movie de factura europea sigue fielmente la idiosincrasia extendida a principios del siglo XX respecto a las libertades colectivas, cuando estas defensoras en pro de los derechos para sus congéneres soportaron estancias en la cárcel, insultos, desprecios institucionales y delaciones que procuraban injuriarlas y ridiculizarlas públicamente.
Este es el tema central de Suffragette, una empresa audiovisual que obtuvo rápidamente el respaldo financiero deseado; y que se vio ampliamente favorecida por la implicación casi inmediata de un reparto de estrellas atractivo y compacto.
Al frente de ese equipo artístico se haya la inglesa Carey Mulligan (Lejos del mundanal ruido). La intérprete de El gran Gatsby se mete en la piel de la efervescente Maud, secundada en cada fotograma y diálogo por damas de la escena con las tablas de Meryl Streep (Emmeline Pankhurst), Helena Bonham Carter (Edith New) y Romola Garai (Alice).
Todas ellas ilustran el pasado glorioso de esas mártires de la lucha ciudadana: unas ladies con ansias de contar en el concierto de los tiempos, que alcanzaron el reconocimiento de un sexo que al fin dejó claro que para nada era débil.
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