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Una auténtica montaña rusa de geometrías precisas, envueltas en un discurso concluyente y a la vez inspirador de fuerzas cromáticas desconocidas, es levantada en cada escena surgida de la mente del autor de On The Spiritual in Art. La abstracción canibalizó la pintura de este moscovita; a la vez que impregnó las ansias creativas de una generación salvaje en sus volúmenes, difusa en sus contornos, estimulante en sus fondos, nunca determinados por perspectivas marginadoras. Wasillly Vasilievich (Rusia, 1866- Neully-sur-Seine, Francia, 1944), el ilustre profesor de la Bauhaus alemana, resucita estos meses en la jungla de asfalto, en la urbe que nunca dúreme, en las arterias neoyorquinas; para rivalizar en reflejos con los opacos cristales de los rascacielos. Y lo hace alojado en versión de acuarelas, óleos y dibujos; en el interior de la sorprendente espiral de piedra que compone el Salomon R. Guggenheim.
Kandinsky’s Painting With White Border, que se despliega en las amplias salas del centro de la calle 89 hasta el próximo 15 de enero de 2012, tiene el claro objetivo de acercarse al proceso de trabajo de un hombre que sublimó la técnica de la plasticidad, y que dio una evolución sorprendente a las lecciones tomadas de las vanguardias francesas y de las concepciones fauvistas en el tratamiento preparativo de la paleta.
En colaboración con la Phillips Collection, de Washington D.C., y la Joseph and Sylvia Foundation, la comisaria Tracey Bashkoff vertebra el recorrido tomando como referente la obra que da título a la exposición, y que el compatriota de Catalina La Grande elaboró en Múnich en 1913. Cuentan los expertos que el líder de la abstracción lírica escenificó este cuadro tras cinco meses de exploraciones y viajes profundos en torno a la materia pictórica; una misión de maestría casi renacentista que el creador extrajo después de una visita a su Moscú natal.
Lo que el Guggenheim presenta desde el pasado 21 de octubre son los dieciséis estudios que dieron como resultado Painting With White Border: un aquelarre de formas polícromas que engancha por la versatilidad de la propuesta, por la innegable fuerza de una belleza extraña y no ajena totalmente a una contemplación incluso figurativa.
La harmonía del silencio cobra especial protagonismo en los doce bocetos y en las acuarelas que acompañan a la magistral pieza al óleo; y que, en cierta forma, rinde cumplido homenaje a un artista que siempre fascinó al industrial y coleccionista que da nombre a la institución de la ciudad del Empire State. Precisamente, los fondos que ahora causan admiración entre los millones de personas que visitan el inmueble de la Quinta Avenida comenzaron su andadura con las adquisiciones de algunas de las imágenes de Kandinsky; una pasión que el dueño del celebrado museo inauguró en el lejano 1929.
A través de los años, la institución ha conseguido reunir un importante porcentaje de la producción del fundador en 1901 del grupo Phalanx, de ese misterioso personaje que atesoraba un cosmos inmenso de iluminación a través de los pinceles: un señor de innovador espíritu que, junto a celebridades del caballete como Piet Mondrian, puso los cimientos de la iconografía del siglo XX y, probablemente, de centurias futuras.
Los lienzos de Kandisnky hablan de una Rusia tradicionalista, de ancestrales puestas de sol en las estepas, de tundra interminable fundida en el calor infernal de manchas extendidas de rojos, amarillos, azules, negros… Pero también hunden sus raíces en la esencia de los hombres y mujeres, a la par de un medievalismo de radiante simbología.
El diseñador de estados de ánimo de origen eslavo recupera con esta exhibición parte de la magia con la que triunfó en un Viejo Continente maltratado en dos guerras mundiales; violencia que inmortalizó mediante títulos tan imprescindibles en la memoria visual de la humanidad como Painting With White Border.
Más información, horarios y entradas en http://www.guggenheim.org
