El Rijksmuseum de Ámsterdam triunfa con sus chicas del Siglo de Oro
Ser una fashion celebrity; conseguir la admiración de propios y extraños a través de la propagación de una imagen; enamorar a miles de ciudadanos con solamente el click de una mirada seductora; entonar frases de pasión sin siquiera mover los labios, carnosos apéndices del color de los capotes de los toreros… Tales pensamientos inundan la cabeza de millones de mortales en esta sociedad de la opulencia visual, de la belleza de papel, de los sentimientos ensalzados por instantáneas sublimadas mediante los objetivos de inteligentes fotógrafos. Pero semejante distinción o dictadura de la vanidad no es cosa de unas décadas, ni de un par de centurias; ya en los tiempos del Barroco, e incluso antes, las mujeres emulaban a las pin-up o movie stars más actuales dejándose querer por los pinceles de los artistas; comprometiendo su natural aspecto con la metafórica firma de contratos relativos a la inmortalidad de lienzos reveladores.
Así lo hicieron, entre otras, Lisa Gherardini (para La Gioconda, de Leonardo da Vinci); Simonetta Vespucci (para El nacimiento de Venus, de Sandro Boticcelli); Saskia van Uylerburgh (para no pocos retratos de su esposo Rembrandt Harmenszoen van Rijn) o la anónima doncella del turbante -bautizada por el cine como Griet- (para La joven de la perla, de Johannes Vermeer). Esas féminas de espátula y aceite, de pigmento abigarrado, de luces emergentes y sombras percutoras otorgaron con sus rasgos físicos una singular grandeza al Arte con mayúsculas; justo como las damas que componen la muestra Dutch Girls: Top Models Of The Golden Age, que se puede ver únicamente hasta el próximo 12 de diciembre en el Rijksmuseum Schiphol, sede albergada en el aeropuerto de Ámsterdam.
Probablemente, la cita expositiva no sea de las más grandiosas que haya programado la célebre institución tulipán, la misma que presentaba estos días una copiosa restauración de La ronda de noche, de Rembrandt. Sin embargo, el interés de un punto de vista poco transitado habitualmente por los comisarios y los expertos -como es el de establecer un nexo de unión entre sociedades tan supuestamente distintas como la del Siglo de Oro y la era de la tecnología informática- merece la reflexión propia del conocimiento y de la propagación.
Los visitantes que se acerquen al anexo del magno museo, situado en el moderno Holland Boulevard, podrán conocer de primera mano a nueve señoras que inspiraron, con todo el esplendor de su juventud y galvánica prestancia, la mano de no pocos maestros del caballete y la paleta. Entre los seleccionados para la ocasión, los espectadores se toparán en el singular recorrido con los recios recortes humanos de Frans Hals, la grandilocuencia tonal de Caesar van Everdingen, la soberbia perfección de Isaac Luttichuys o el tradicionalismo exultante de Bartholomeus van der Helst.
No obstante, las verdaderas protagonistas son las figuras que posan impreturbables; con su tez de mármol coloreado levemente; sus peinados imposibles y sus prendas deudoras de sastres tocados con la varita del decoro y el medido atrevimiento. Dentro de este ramillete de cuidadas ninfas, llaman la atención dos; más que nada por la capacidad de su mirada, y por la expresividad del emotivo monólogo sensible que despierta su lírico discurso facial. Una de ellas es Catharina van der Voort: una recia y dura mujer, cuya fuerza le granjea una especial condición como referente de un pasado de mercancías y prosperidad; posición que probablemente disfrutó en compañía de su esposo, el comerciante de Leiden Pieter de la Court.
Más interés reúne, sin embargo, la segunda de las destacadas. Se trata de la naturalista Maria van Oosterwijck. Esta lady fue una artista de éxito en el movimiento Barroco de los Países Bajos; aunque su condición de pertenencia al llamado sexo débil le impidió obtener el debido reconocimiento de sus colegas. Pero lo que no pudo sustraerle la represiva sociedad en la que vivió fue el talento que desbordó a través de sus escenas de flores; las cuales tuvieron admiradores tan sobresalientes como Luis XIV de Francia y Guillermo III de Inglaterra. Puede parecer una burla del destino que, en la exhibición del Rijksmuseum Schiphol, la creadora comparezca como modelo de Wallerant Vaillant. No obstante, la regia compostura de la pintora seguro que animará a los aficionados a rememorar sus naturalezas cargadas de exotismo, de vitalismo encerrado en jarrones compactos y liberadores. Porque, en muchas de las ocasiones, el modelaje anima a conocer la cara oculta del maniquí, de la top model de turno…
Más información y horarios en http://www.rijksmuseum.nl