Rosario de Velasco hizo del costumbrismo un medio para abordar los problemas sociales de su época.
La creadora madrileña, criada en los fogones de una moral religiosa férrea y sin fisuras, hilvanó un estilo propio y reconocible para acercarse a los pasajes bíblicos más diversos, inspiraciones a pie de calle que marcaron algunos de sus trabajos más espectaculares. Quizá, uno de sus lienzos más resaltables en este campo sea el titulado Adán y Eva (1932): una imagen en gran formato de dos jóvenes con aspecto sencillo, donde la edénica pareja aparece vestida con ropajes actuales, sin acusar la desnudez divinizadora que certificaban los maestros renacentistas.
Treinta y tres años después de su fallecimiento, ocurrido en Barcelona, Rosario de Velasco es objeto de una interesante y sorprendente retrospectiva, por parte del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Una exposición que incluye sesenta y ocho trabajos de la capitalina, entre cuadros, ilustraciones y dibujos.
La pinacoteca de la urbe del Manzanares ha querido centrar la visión en las piezas ideadas por Velasco entre los años veinte y cuarenta del pasado siglo XX, la que los expertos consideran como más brillante a lo largo de su amplia trayectoria. Sin embargo, se han quedado fuera las exploraciones más arriesgadas e intelectualizadas de una mujer que nunca dejó de defender sus propuestas plásticas, lustros de cambios y evoluciones que habrían aportado un acercamiento más completo a su legado.
Con independencia de las ausencias y silencios voluntarios de la exhibición, las salas del Thyssen cuelgan hasta el próximo 15 de septiembre escenas tan impactantes y reflexivas como la ya mencionada Adán y Eva (1932), la visionaria orquestación de La masacre de los inocentes (1936) o la tierna y cálida escena conocida como Antoñita cosiendo con la gata Canilla (1950).
El esfuerzo de Miguel Lusarreta y Toya Viudes de Velasco (sobrina nieta de la artista) por reunir un conjunto de cerca de treinta pinturas revierte magnetismo en la conformación de una muestra que da testimonio de la intensa actividad con los pinceles de Rosario de Velasco.
Pese a la complicada aceptación de las mujeres en el universo artístico español e internacional, la creadora madrileña luchó para no sucumbir al ninguneo habitual por parte de una masculinidad asumida y dominante, y eso que una de sus obras más emblemáticas (La masacre de los inocentes) no le fue reconocida oficialmente y sin duda alguna hasta 1995.
ROSARIO DE VELASCO APOSTÓ POR NO RENDIR SU TALENTO ANTE LOS OBSTÁCULOS CONTRARIOS A LA PRESENCIA FEMENINA EN EL ARTE
La manera en que Rosario de Velasco comprendía la plástica chocaba frontalmente con la irrupción de las vanguardias, cargadas de simbolismo y tendentes en algunas de sus corrientes a la descomposición identificativa de la materia escénica.
Al compás del Cubismo y la abstracción teñida de disconformidad social, la artista de la Villa y Corte insertó las inclinaciones de su paleta en una especie de Nueva Objetividad teutona, calificada en su caso como “nuevo orden“. Sin embargo, la técnica cromática empleada por la capitalina sugería realmente una cierta conexión con la figuración mágica, proveniente en gran medida de los países centroamericanos.
El uso consciente de modelos elegidos entre conocidos y familiares dota a sus temáticas de un potente elemento costumbrita, que genera un mensaje cercano y comprensible, carente de las atmósferas dogmáticas y oscurantistas que normalmente se asociaba a la pintura con trasfondo religioso.
La capacidad de Velasco para reproducir su entorno más inmediato, y sintetizarlo bajo la mirada serena y profunda de la artista eleva el conjunto de sus obras a una categoría rica en matices, deudora de un desarrollo intrahistórico muy en consonancia con el expresado por el pensamiento de Miguel de Unamuno.
Maragatos (1934), Lavanderas (1934) o Gitanas (1935), cada una de las imágenes que aloja el Thyssen-Bornemisza durante estos meses exhibe el gusto de Rosario de Velasco por el desarrollo y la evolución de la sociedad de su época. Bajo semejante prisma, los seres anónimos que dotan de fisonomía a los protagonistas de sus cuadros descubren la atracción de una cotidianeidad sublimada, que emana de sus imágenes corales y empáticas.
Nota: La exposición de Rosario de Velasco viajará al Museo de Bellas Artes de Valencia, tras finalizar su estancia en el Museo Thyssen-Bornemisza.
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