Graciela Speranza y el arte invisible

La escritora argentina reflexiona sobre el papel del arte en la sociedad surgida por causa de la pandemia de coronavirus, en "Lo que no vemos, lo que el arte ve" (Editorial Anagrama): un estudio de curso zigzagueante, en el que perviven las amenazas provocadas por el confinamiento, la crisis climática y la manipulación de la verdad.

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Graciela Speranza
Graciela Sperenza analiza algunos de los problemas más acuciantes de la sociedad actual

Graciela Speranza percibió el tiempo de confinamiento por el covid-19 como una visión de lo que podría ser el futuro de la humanidad. Por primera vez en mucho tiempo, la sociedad se enfrentaba a un exterior sin personas, a unas ciudades silentes y vacías de gritos y risas, a una naturaleza carente de caravanas de coches y excursionistas con neveras portátiles. Tan solo se escuchaban los sonidos de los pájaros, cuando la autora colocaba la oreja sobre el cristal de las ventanas. Una realidad que mostraba la terrible asunción de vulnerabilidad y miedo, que generaba el dato de que los humanos somos un elemento más en el compendio de la normalidad terráquea, sin protagonismos heroicos de por medio ni eternidades planeadas.

Tales sensaciones se produjeron en un contexto de falsa seguridad tecnológica, que Speranza recrea en el ensayo Lo que no vemos, lo que el arte ve (Editorial Anagrama). Un texto plagado de argumentos enriquecedores, relativos a la invisibilidad de lo que tendría que ser especialmente importante para comprender el presente y afrontar el futuro; y en el que la línea argumental descubre la pesadilla voluntaria en la que se encuentra el homo sapiens, devenido por prescripción mercadotécnica en homo digitalis.

Graciela Speranza
Graciela Speranza es responsable de una serie de libros destinados a entender al ser humano

Dentro de ese laberinto de angustiosos aconteceres, el arte ha perdido progresivamente su peso específico, para dejar paso -según Speranza– a un universo digitalizado al máximo, que domina las interacciones y los sentimientos de la catalogada como aldea global. Un cosmos de códigos binarios y algoritmos que esclavizan a los usuarios, y crean un complejo organigrama de datos multitudinarios, en el que los individuos se desprenden de sus peculiaridades, para formar parte de océanos de tendencias insondables y de irracionales corrientes de opinión.

GRACIELA SPERANZA Y EL DERRUMBE CLIMÁTICO

Lo que no vemos, lo que al arte ve establece una ingeniosa cadena de acontecimientos relacionados entre sí; engranaje en el que nada ocurre de manera aleatoria, y donde las consecuencias de un desastre conllevan el desequilibrio abismal de una destrucción progresiva del planeta.

Dominados por las pantallas y por las dictaduras informatizadas, los humanos del siglo XXI son para Graciela Speranza víctimas de la ceguera colectiva, mientras el medio ambiente sufre la devastación agresiva de corporaciones y multinacionales. Esa incapacidad para darse cuenta de las actividades suicidas gestionadas por los grandes capitales entronca directamente con el imperio de la digitalización existencial, sin apenas espacio para optar por formas alternativas a la hora de acercarse a las percepciones reales.

Los hombres y las mujeres del siglo XXI se acercan al mundo mediados por las informaciones horneadas en las redes y en la sociedad virtual, y esto favorece a la proliferación de noticias y contenidos que manipulan la verdad, y que confluyen en la invisibilidad del arte como vehículo altamente comprometido con la tarea de ilustrar la realidad sensible.

Graciela Speranza
Graciela Speranza está especialmente preocupada por el descalabro medioambiental.

Graciela Speranza escoge el momento del confinamiento por la pandemia del coronavirus para realizar su peculiar análisis del presente; y lo que descubre es un sinfín de maniobras de control, alimentadas por el culto hedonista a la digitalización. Ante semejante estado, la autora argentina recomienda hacer visible lo invisible: lo que se sale de la pauta habitual, y lo que busca la sinceridad sin artificios robóticos.

La posibilidad de una Tierra sin terrícolas ha cobrado relevancia macabra en los últimos tiempos, después de la tragedia pandémica. Un hecho que permite a la narradora de Buenos Aires dirigir su mirada hacia el medio ambiente, y a la preservación de lo inalterable. Ahí es donde GS sitúa experiencias creativas como la montaña de abetos de la artista húngara Agnes Denes, los conciertos aracnocósmicos del argentino Tomás Saraceno, o las novelas fragmentarias de la escritora polaca Olga Tokarcuk y de la estadounidense Jenny Offill.

El resultado de semejantes meandros de inspiración es un mosaico de singularidades patentes, que revela los movimientos que el arte del tercer milenio está emprendiendo, para no perder peso en el bosque de los neones tecnológicos y los hilos manejados por quienes controlan el universo virtual.

Más información en

https://www.anagrama-ed.es

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