Murakami, todo empezó con un carnero
Murakami regresa a las librerías, con la reedición de una de sus primeras novelas: La caza del carnero salvaje.
Tusquets Editores recupera en español el inteligente texto que el escritor japonés publicó en 1982, y que fue el antecedente del particular surrealismo oriental que ha caracterizado sus títulos posteriores.
La trama muestra la odisea de un joven publicista, cuando tiene que localizar a un ovino al que le tomó una foto por casualidad.
La vida tiene más componentes de ilógica circundante, que de certezas pasadas por las lentes de la cordura y la racionalidad. Si fuera por sensatez genética, los seres humanos con mayor talento deberían convertirse en los mejores gobernantes de las naciones, y películas como Candyman no tendrían más que una entrega.
Pero el curso existencial no se suele regir por la normalidad activa; y en el desarrollo personal de cada individuo hay un grado de incoherencia, susceptible de transformarse en relevante pancarta, con la que encarar el comportamiento ante las sorpresas y las adversidades de lo que se ha venido en llamar destino.
Haruki Murakami es uno de los autores que mejor han acomodado sus obras a describir ese universo del caos certero, siempre pendiente de retratar unos contextos que parecen sacados de un cruce entre el costumbrismo extraño de Natsume Soseki y la aparente frialdad clasista de Francis Scott Fitzgerald.
Tales conexiones se dan cita en el argumento y las entrañas literarias de La caza del carnero salvaje: una novela de ritmo hipnótico, que salta de la realidad al sueño con la facilidad de encadenar las situaciones variopintas que encarrilan su discurso.
Una obra que parece la antesala de los fantásticos aconteceres narrados en Kafka en la orilla o Baila, baila, baila.
MURAKAMI, EN ESTADO EMBRIONARIO
La muerte, o mejor dicho la idea del suicidio revelador, da pie a encender el motor del texto; como si se tratara de una letanía de desintegración progresiva, materializada mediante el viaje hacia el sinsentido profesional del protagonista.
Así camina -sobre huellas vaporosas- La caza del carnero salvaje desde sus primeros párrafos, cuando el narrador recuerda su relación en 1969 con una chica de diecisiete años, mientras él contaba con veinte primaveras.
Ambos se conocen por casualidad en una cafetería de la universidad, y los dos congenian a través del silencio y de la pasión por la lectura. De esta manera, entre Kenzaburo Oe y los poemas desarraigados de Gingsberg, los chicos acceden a una especie de intimidad. Hasta que ella le confiesa su creencia de que morirá al cumplir los veinticinco aniversarios.
Este flashback sesentero le sirve a Murakami para retomar al narrador en el momento de leer la esquela de la desaparición de la mujer, en el periódico de 1978, cuando ésta contaba veintiséis tacos.
De ahí, el argumento salta al 25 de noviembre de 1970, fecha en la que el protagonista se ha convertido en un publicista de escasas convicciones y honorarios cuestionables. Hasta que una importante empresa se fija en una de sus imágenes, donde se ve a un rebaño; y le insta a localizar uno de los carneros que aparecen en la citada escena.
La aventura del hombre le lleva a través de los paisajes más diversos, donde se encuentra con una misteriosa fémina con las orejas de alto valor estético, un político conservador algo cuadriculado, un amigo huido al que apodan El Rata, un profesor obsesionado con los ovinos y un maníaco-depresivo disfrazado de chivo.
Esta fauna da profundidad coral al volumen, en el que el estilo rico en matices de Murakami vuelve a brillar, mediante las historias tangenciales que dan alas al eje central. Dentro de semejante escenografía, los tipos inventados por el creador nipón toman el aire de los simbolismos reflexivos.
Divertida y absorbente, La caza del carnero salvaje es una oda a la necesidad de congeniar con el submundo de las sombras; sin por ello renunciar a las emociones palpables de los presentes cóncavos.
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