Juan José Millás y lo (ir)real

El escritor valenciano mezcla la realidad y la ficción, la fantasía y las percepciones sensibles, en "Solo humo" (Editorial Alfaguara): una novela de vaporosos contornos y lenguaje directo, en la que los fantasmas se corporeizan a través de las palabras, y los recuerdos adquieren la prestancia de experiencias imaginadas desde universos que nunca pudieron materializarse por medio del afecto compartido.

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Juan José Millás
Juan José Millás diseña un texto cautivador e hipnótico, en “Solo humo”

Juan José Millás tiene la habilidad de transformar con sus escritos la cotidianeidad de los objetos y de los momentos seriados, simplemente con la invención de puertas que se abren hacia paisajes imprevisibles; donde los seres humanos se convierten en una especie de Alicia de Lewis Carroll: curiosos y vitriólicos, maravillados por los relámpagos de distinción que les lanzan las actividades más frecuentes, y los utensilios existenciales más triviales.

Esa normalidad medioambiental, aunque finalmente no sea tal, suele entrelazar sus hilos de Ariadna de manera evocadora e inspirada, para proporcionar a los personajes de Millás un sinfín de salidas de emergencia comunicadas con mundos en los que todo cambia; canibalizados por la inquietud mental de individuos obsesionados con el peso específico de lo humano y lo divino, encerrados en entornos asfixiantes y convenientemente difuminados.

Solo humo (Editorial Alfaguara) comparte plenamente esas inquietudes asociadas a las obras de ficción del autor de Papel mojado. Una senda que el mencionado texto surca sin brújulas efectivas, únicamente estimulado por los descubrimientos del joven protagonista: un chico de dieciocho años que recupera la conciencia de que tiene un padre cuando este muere, por culpa de un accidente de moto. Pero semejante acercamiento se produce en un terreno entre onírico y fantasioso, mediatizado por la casa y los libros que el fallecido había llenado con su sombra, su aroma, su rutina y su eternidad de laboratorio silente.

Juan José Millás
Juan José Millás ha explorado el comportamiento humano a través de sus obras

Millás parapeta su narración tras el biombo de la búsqueda de la identidad propia a través de la figura paterna, un ingrediente de naturaleza hamletriana, que ha estado presente en la literatura desde sus estados primigenios. Los pensamientos y actos del protagonista de Solo humo tienden a corporeizar el fantasma en que se ha convertido el vástago abandonado, el cual se asoma al abismo de la mayoría de edad con la seguridad de la muerte de su progenitor. Pérdida que emborracha de ironía la imagen que el chico conserva vagamente del hombre que le otorgó sus genes de manera supuestamente casual.

JUAN JOSÉ MILLÁS TRATA LA EVOLUCIÓN PERSONAL MEDIANTE DESCUBRIMIENTOS INTERIORES

La humanidad, con todas las incógnitas que articulan este rocoso y escurridizo concepto, es un ropaje con que Juan José Millás ha vestido la mayoría de sus obras, como si fuera un manto capaz de plegarse a las exclusividades de las etapas vivenciales de los individuos que protagonizan sus historias. Incluso en sus charlas con el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, recogidas en libros como La muerte contada por un sapiens a un neandertal; el escritor valenciano conserva esa inmanente curiosidad por concitar los rasgos cotidianos de los hombres y las mujeres, y moldearlos en el horno de su imaginación.

Bajo este organigrama creativo, Solo humo podría ser entendido como un ejercicio lúcido y magnético sobre el mito de la caverna de Platón, donde el ingenuo y confuso Carlos es el encargado de interpretar las sombras que se proyectan en su mente, mientras conoce la casa de su padre ausente, lee sus escritos y se deja seducir por un volumen de cuentos de los hermanos Grimm, que el difunto conservaba en su mesilla de noche.

Juan José Millás
Juan José Millás es responsable de un estilo de narración que engancha por su poder deductivo y su misterio

Millás elabora un figurado teatro de ilusiones teñidas de realidad artificiosa y volátil, en el que el hijo realiza un retrato a medida del padre: sin máscaras de por medio, y únicamente con los objetos hogareños como pistas para el debido y ansiado viaje cognitivo.

En un sentido similar al realizado por el japonés Haruki Murakami, en La muerte del comendador, el responsable de La vida a ratos juega con las emociones y las imágenes duplicadas por espejos latentes y espectrales, que contemplan las metamorfosis existenciales de Carlos. Un universo en el que los cuentos de los hermanos Grimm otorgan la magia escénica con que Juan José Millás riega los escasos capítulos de este libro tintado por la asunción de la muerte; y por el hundimiento de la cotidianeidad, como algo carente de peso específico para comprender el pasado, el presente y, tal vez, el futuro.

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