Haruki Murakami cuenta el desamor de sus congéneres
Haruki Murakami presenta Hombres sin mujeres (Tusquets Editores): siete relatos reunidos en un volumen, que versan sobre la nostalgia de las relaciones malgastadas.
En 1927, el Nobel estadounidense Ernest Hemingway escribió, con la tragedia de las balas mortuorias, uno de los libros más trágicos sobre la soledad contemporánea. Lo protagonizaban tipos sin costuras de superhéroes: un grupo de seres anónimos arrancados de las fábulas fantasiosas de Oriente, e incrustados en una América encaminada a las deformaciones sociales.
Hombres sin mujeres probablemente no sea uno de los títulos más conocidos del autor de Fiesta, pero sus palabras cargadas de desánimo prendieron sueños de angustia en todos los que se acercaron a sus paisajes despejados de oasis.
Uno de los admiradores del mencionado volumen, parido con cesárea de genialidad por el compatriota del igualmente desilusionado Scott Fitzgerald, es el novelista Haruki Murakami (Fushimi-ku, Kioto, Japón, 1949); quien presenta este mes su visión -trasladada en el tiempo y desviada por la geografía- de Hombres sin mujeres (Tusquets Editores).
HARUKI MURAKAMI Y LA LITERATURA OCCIDENTAL
Siete relatos conforman el cosmos argumental del nuevo trabajo del autor de Tokio Blues, un itinerario en el que el denominador común lo establece la tristeza emocional de los perdedores, esos individuos que caen en los abismos de la desesperación al quedarse en la más completa unidad conceptual.
Los herederos de Adán y Eva están construidos para andar por la existencia emparejados; pero, cuando se rompe esa relación de otredad necesaria, entran las dudas, y hacen su aparición los fantasmas sobre la incapacidad para continuar hasta el final del camino sin compañía alguna.
Murakami asume estas disquisiciones desde el púlpito de su cultura planetaria, la cual se alimenta más de las referencias occidentales que de las alumbradas en el país del Sol Naciente. Así, a través de los siete relatos, es posible notar el latido abigarrado y emocionante de Franz Kafka (el cuento Samsa enamorado puede ser entendido como una figurada continuación de La metamorfosis) o los ecos populares de músicas con el ritmo de The Beatles (Drive My Car y Yesterday son claros exponentes de la nutrida discoteca memorística del narrador japonés) y de The Beach Boys.
Sin embargo, en los párrafos y en las estaciones afectivas de Hombres sin mujeres no solo se localizan lugares comunes de Occidente, sino que también hay espacio para el Oriente soñado de las alfombras mágicas, los ladrones de Bagdad y las historias mediadas por la ansiedad de la invención.
En este terreno, Sherezade ejerce un poder hipnótico por la manera en la que está elaborado su desarrollo escénico. Cual kamasutra de profundas sensaciones, este biombo erótico da paso a un entramado lleno de fantasías sexuales, evocadas por una fémina obsesionada con seducir y escandalizar (no sin antes llenar cada hueco con la experiencia previa de las amantes insatisfechas).
Poliédrica y sugerente, esta obra de Murakami es como un aperitivo de pinceladas singulares.
Un texto tan visual y sonoro que casi se puede degustar sin prestar atención a las letras, como si los párrafos transformaran sus trazos en imágenes poderosas y reconocibles, colgadas en el tendedero existencial de cualquier ser humano con el desamor por caparazón.
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