Vigée Le Brun, la retratista particular de María Antonieta, es objeto de una gran retrospectiva en el Metropolitan Muesum de la urbe del Empire State. La exhibición recoge ochenta de los trabajos de esta mujer de indudable talento y envidiable técnica; la cual, junto a algunas compañeras de paletas y caballetes, luchó para estar a la misma altura artística que sus colegas masculinos.
Unos reflejos de Thomas Gainsborough cayeron impacientes sobre las retinas de una niña parisina, hija de un retratista con escaso recorrido. Con esas briznas de genialidad, la dama de pigmentos oleosos y líneas sombreadas creo un universo de miradas indiscretas, de labios ardientes con emociones en proceso, y de pieles curtidas por el hedonismo aristocrático.
Ese fue el universo profesional en el que plantó su cuchara de plata Marie Louise Élisabeth Vigée Le Brun (París, 1755- Louveciennes, 1842), mientras el mundo estallaba en llamas al ritmo de la cuchilla de la guillotina, y de las grandes revoluciones que dieron a Europa una nueva moqueta de influencias nacionalistas.
Woman Artist In The Revolutionary Art refleja todas esas conexiones que influyeron en los lienzos y tablas de la esposa del tratante de arte Jean-Baptiste-Pierre Vigée Le Brun, y que la otorgaron un selecto lugar dentro de las preferencias de las principales monarquías del Viejo Continente.
VIGÉE LE BRUN Y SUS CONTACTOS CON VERSALLES
El interior del centro ubicado en el número 1000 de la famosa Quinta Avenida parece sacado directamente de un decorado borbónico, en el que los rostros silenciosos revelan inquietantes declaraciones de rasos traicioneros y abanicos impertinentes.
Al calor de sus conversaciones subtituladas por el inconsciente es posible comprender las necesidades de una mujer que se aferró a su pasión por los pinceles, dentro de una sociedad que únicamente valoraba las firmas de los maestros varones. Así, el esfuerzo de Vigée Le Brun y de otras de sus coetáneas -como la impecable Adélaïde Labille-Guiard– tuvo que someterse al duro juicio de un estamento cerrado a las féminas, y que miraba con ojos escrutadores cualquier intento de estas por acceder a él.
Probablemente, de no haber recibido el apoyo de María Antonieta, Marie Louise Élisabeth no habría sido admitida en la Académie Royale de Peinture et de Sculpture; y eso que sus cuadros causaban la admiración en toda la Corte versallesca.
No obstante, esa relación tan declarada entre la reina de Francia y la pintora causó también el posterior destierro de la artista, tras el éxito de la Revolución de 1789. Esta realidad, que se tradujo en un revés personal, se convirtió a la postre en el acontecimiento que desencadenó la verdadera explosión internacional de la parisina. Flandes e Italia fueron los primeros destinos de Vigée Le Brun, donde la retratista pudo ahondar en distintos procesos creativos, que dotaron a sus obras de una vida más allá de la mera representación del modelo que tenía delante (ya fuera humano o paisajístico).
De esta manera, las piezas de madurez de Marie Louise Élisabeth muestran un pulso de turbulencia en los fondos, que les confiere una indudable psicología misteriosa y atrayente. Muy en la línea del apabullante Neoclasicismo de su compatriota Jean Louis David.
Al final, Napoleón I permitió volver a su país a la ilustre exiliada, después de que incluso Catalina II de Rusia se hubiera rendido ante sus imágenes. Con ese salvoconducto, la autora de 660 retratos y 200 naturalezas ejercitó el honor concedido por el emperador corso en pos del regreso, y que le permitió retirarse a la región de Louveciennes hasta su muerte en 1842.
Vídeo sobre la exposición de Vigée Le Brun, elaborado por el MET Museum
Más información, entradas y horarios en
http://www.metmuseum.org/exhibitions/listings2016/vigee-le-brun