Toulouse-Lautrec, NY se disfraza de París
Toulouse-Lautrec y sus carteles son los invitados de lujo del MoMA de Nueva York, a través de una vasta exposición. Cita con la que el museo estadounidense acaba con tres décadas sin una retrospectiva sobre el trabajo del maestro postimpresionista.
La noche le sentaba bien a la paleta del hijo del conde Alphonse y de Adèle Tapié de Celeyran.
Entre los pigmentos robados a la claridad, el pulso de Henri Marie Raymond de Toulouse- Lautrec (Albi, Francia, 1864- Saint-André-du-Bois, 1901) sintió los galones del heroísmo, sin importar lo más mínimo la cárcel corporal en la que estuvo enclaustrado desde su infancia.
Empapado de risas lujuriosas y mercantilismo de dignidades, el pincel del aristócrata hundió sus raíces en los suburbios parisinos del desenfreno y el hedonismo; siempre sometido al vaivén vertiginoso de damas con carnes suspicaces, tales como Yvette Guilbert, Loie Fuller y Jane Avril. Musas de los visionarios carteles firmados por el artista de la mirada dilatada; a los que el MoMA neoyorquino dedica la muestra titulada “The Paris Of Toulouse-Lautrec: Prints And Posters” (abierta al público desde el pasado 26 de julio, y hasta el próximo 22 de marzo de 2015).
TOULOUSE-LAUTREC, EL MEJOR GUÍA DE LA CITÉ DEL JOLGORIO
Treinta años sin el maestro decimonónico del Moulin Rouge eran muchos cursos expositivos carentes de sus siluetas ensoñadoras, del humanismo de pololos y sudor en el gaznate, de los pecados concebidos como carta para alcanzar la felicidad casual. Por eso, los responsables del MoMA no dudaron lo más mínimo cuando la experta Sarah Suzuki les habló de la posibilidad de ofertar la brillantez visual del genial dibujante.
A través de los numerosos pósters, impresiones, ilustraciones, cartones, acuarelas y pinturas existencialistas sobre la vida alegre ideados por el creador francés (unos cien, en total); el centro de la urbe del Empire State pone en el escaparate de la actualidad al bohemio encorvado de Montmartre, constantemente asociado a las butacas de los cabarets y los cafés-concierto.
Subido a los mimbres regados con alcohol, Toulouse-Lautrec amó como pocos el placer de las piernas de las bailarinas; los coqueteos interesados de las prostitutas; y los escarceos donjuanescos de los burgueses engordados con su soberbia vanidad. Imágenes que constituyeron un evocador libro de estampas costumbristas, filmadas con alma de paparazzi por el natural de Albi.
Según sus biógrafos, el que fuera amigo de Vincent van Gogh y vecino de Degas era capaz de desarrollar una escena a velocidad de crucero, con el simple armazón de soportes tan simples como una servilleta. Esa habilidad para reflejar el pulso vital de su época quedó encuadrada en una producción extensa y heterogénea, donde los apuntes históricos se confunden con una cotidianeidad rebosante de deseos cumplidos a golpe de talonario.
El París de Henri Marie Raymond es un lugar repleto de lupanares y de seducciones a salto de arbusto, un sitio de colores brillantes y caras enmascaradas. En definitiva, un decorado de marionetas contumaces que interpretan a la perfección su papel en el circo del destino, tan solas en su eternidad como acompañadas por muchedumbres gritonas y enrojecidas.
Ahí, deslumbrada por las luces artificiales y las sintonías de pianola y taconeos, la noche de Toulouse-Lautrec se siente arropada por las tonalidades ocultas, presta a lanzar sus influjos hechiceros. Aquelarres de fuegos carmesíes que ahora residen lejos del Bois de Boulogne, sonrientes y amargados tras las celosías planetarias de un MoMA con ecos a El Salón de la Rue des Moulins, El Moulin de la Galette, El Moulin Rouge, Le Chat Noir, El Follies Bergère…
Más información, entradas y horarios en http://www.moma.org