Richard Wagner es el autor escogido por el centro escénico madrileño para conmemorar el cuarto centenario de la muerte del escritor de Romeo y Julieta.
Medida por media es la obra del bardo de Stratford-upon-Avon que el compositor germano de El anillo de los Nibelungos hizo suya, para crear la segunda ópera de su carrera: La prohibición de amar. Una pieza humorística que estará en la cartelera capitalina del 19 de febrero al 5 de marzo.
Una Sicilia desenfrenada, meditarránea, juguetona y lujuriosa coquetea con el espectador a lo largo de los dos actos de duración, mientras el caudillo teutón llamado Friedrich (gobernador hipócrita y con moral de cuartel agrietado) intenta mantener en las cárceles represoras a los que abandonan la decencia, en favor de la desidia sexual propiciada por los instintos. De la Viena imaginada por Shakespeare a la Italia del figurado desmembramiento patrio, Wagner interpreta a su manera el argumento ideado por el dramaturgo inglés en Measure for Measure, y con su esencia construye un texto satírico y activo contra la sociedad de su tiempo.
Silenciada desde su gafado estreno en 1836 (programado en el Teatro de Magdeburgo), La prohibición de amar llega al Teatro Real de Madrid con los cambios impostados por la actualización de su discurso, debidamente versionado por el danés Kasper Holten (director escénico de la Royal Opera House Covent Garden de Londres) e Ivor Bolton (responsable musical del espectáculo).
RICHARD WAGNER Y SU IDEALISMO POLÍTICO
Del 19 de febrero al 5 de marzo, la casta Isabella, el inquisitorial Friedrich, el ultrajado Claudio, el fiel Lucio y la ligera Mariana regresan a la vida a través de la magia del nórdico Holten, quien se estrena en el coliseo de la Villa y Corte con esta composición de inspiraciones italianas y francesas, y a la que el creador de Tristan e Isolda añadió belicosos mensajes, identificados con los nacionalismos centroeuropeos que aspiraban a conformar el mapa del Viejo Continente a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
Titulada inicialmente La novicia de Palermo, esta ópera humorística desarrolla su historia en el siglo XVI, en el sur de La Bota. Allí, Claudio (Iker Arcayürek y Mikheil Sheshaberidze) es sentenciado a muerte por dejar embarazada a una doncella. El reo sabe que su destino está echado; a menos que alguien interceda por él ante el duro e inflexible Friedrich (Christopher Maltman y Leigh Melrose). Pero, ¿quién será su defensor?
Esta misma pregunta se la hace Luzio (Peter Lodahl y Peter Bronden), el mejor amigo del condenado. Después de reflexionar un poco, este individuo decide ir a visitar a la hermana de Claudio: una novicia de estrictas convicciones espirituales, llamada Isabella (Manuela Uhl y Sonja Gornik). La mujer, al conocer la noticia, se pone camino hacia Palermo, para intentar convencer al acusador de que conceda el perdón a su pariente.
Tal es el argumento de La prohibición de amar, con la que Richard Wagner desplegó muchas de las preocupaciones sociales e institucionales que asolaban sus días de veinteañero, cuando aún era un maestro en ciernes, y se debatía entre sus delaciones a las corruptelas de los príncipes alemanes y la necesidad de obtener el dinero procedente de los mecenazgos poderosos.
Holten comprende con holgura las implicaciones ocultas en esta obra, que permaneció encerrada en el baúl de los olvidos pretenciosos hasta 1983, cuando Wolfgang Sawallisch y Jean-Pierre Ponnelle recurrieron a ella para ponerla en el panorama internacional, a través de una celebrada representación de la misma, efectuada en la Ópera de Baviera.
De duración menor a las originales cuatro horas, la partitura que alimentará el Teatro Real eleva sus ecos falsamente hedonistas envuelta en un decorado de arquitectura intemporal, como surgido de un cuento de hadas dibujado por algún visionario del Neorrealismo.
Un reino de mágicos hilos timbrales, en el que el ingenio de Shakespeare adquiere la piel mutante de las fábulas aguerridas, siempre velado por el Wagner más lúdico; aún sin el hambre desbocada y ambiciosa hacia las epopeyas hipnotizadoras, que el teutón sació con los ingredientes épicos proporcionados por el insigne Ludwig.
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