Umberto Eco detiene el péndulo de Foucault
Umberto Eco falleció ayer en su casa de Milán, a los 84 años. Pocos de los alejados a su entorno más próximo podían suponer que la muerte acechaba tan cerca al enérgico autor de El nombre de la rosa, el cual había presentado hacía unos meses su última obra: Número cero.
Filósofo antes que semiólogo, comunicador antes que literato, ensayista antes que intérprete de entrevistas encendidas… El insigne catedrático de la Universidad de Bolonia supo cómo saltar el trampolín -insalvable para muchos de sus colegas de profesión- de transmitir sus insondables conocimientos académicos a un amplio espectro de la población. Sin necesidad de máscaras.
La mayoría asociará su talento a las investigaciones del franciscano Guillermo de Baskerville, protagonista de la citada trama criminal de El nombre de la rosa; pero, entre sus creaciones más compactas, quizá sean los misteriosos laberintos de El péndulo de Foucalt los que mejor han expresado el poder hipnótico de las palabras del responsable de Baudolino, que tanto reclamaba desde el púlpito de su atril universitario. Camino de perfección que el italiano también ejerció con la kafkiana narración de La isla del día de antes o la oscuridad histórica de El cementerio de Praga.
A la espera de la publicación de una anunciada novela póstuma, el pensador nacido en Alessandria tuvo tiempo para dejar en los escaparates su último texto, Número Cero: una reflexión sobre el periodismo de invenciones visionarias, ambientada en la Italia de 1992.
¡Hasta siempre, maestro de sapiencia carente de subterfugios!