Murillo activa la inspiración celestial gracias al legado de Justino de Neve

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"Primavera" ("La Florista", 1665-1670, Dulwich Picture Gallery de Londres)
“Primavera” (“La Florista”, 1665-1670, Dulwich Picture Gallery de Londres)

Una gasa espiritual, como tejida por sastrecillos alados, suele cubrir  los sutiles rasgos de las figuras diseñadas por la mano del excelso pintor barroco. En su paleta de pigmentos arrancados a la retina de la divinidad, los fondos neutros se transforman en explosiones de azules exaltados, mezclados con remolinos blancos de naturaleza aborregada; mientras, el gesto humano se torna en emoción expresiva, en miradas deudoras de la vulnerabilidad de bondades ajenas al común de los mortales. Corporeizadas a través de estos conceptos de traslación metafísica, surgida de tablas emborrachadas con los licores de una genialidad elegante e inconmensurable, las inmaculadas y vírgenes del irrepetible maestro andaluz se erigen como iconos de luminosidad, en pos de un sentimiento religioso que va más allá de cualquier consignación dogmática, libre como las pinceladas aéreas de un artista capaz de estimular el sueño aletargado de los decepcionados con la existencia. Ante tales credenciales no es de extrañar que, en estos tiempos de desilusión medioambiental, el Museo del Prado haya programado una más que recomendable exposición sobre el sureño del XVII, titulada Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad, que estará abierta en la vecindad del Jardín Botánico, para los buscadores de serenidad animosa, hasta el próximo 30 de septiembre.

"Autorretrato", 1670-1673 (National Gallery, Bought)
“Autorretrato”, 1670-1673 (National Gallery, Bought)

Diecisiete obras tardías pertenecientes a la producción de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) conforman el paisaje expositivo de la muestra, cuyos vértices pictóricos han sido sustentados por la intensa colaboración de museos e instituciones de Madrid, Sevilla, Londres, París y Houston. Únicamente atendiendo a una llamada aglutinadora, tan interesante como la efectuada por la pinacoteca madrileña, se han podido recuperar los vasos comunicantes de trabajos tan admirados como los de las imágenes pensadas para acompañar la desnudez opaca de Santa María de la Blanca, y sentar en la misma mesa de comensales los frescos y cuadros planeados para acompañar la realidad mendicante de los inquilinos del antiguo Hospital de los Venerables Sacerdotes.

Fundación de Santa María Maggiore de Roma, II. El patricio revela su sueño al Papa Liberio, 1662-1665
Fundación de Santa María Maggiore de Roma, II. El patricio revela su sueño al Papa Liberio, 1662-1665

Cuando Murillo comenzó a establecer su relación amistosa con el canónigo de la catedral de Sevilla (Justino de Neve), el creador ya era uno de los nombres más demandados entre los nobles y las instancias eclesiásticas, debido a su envidiable facilidad para reproducir grandeza y humildad mediante pinceladas casi invisibles, alejadas del abigarramiento de líneas y contornos precisos, como si estuvieran directamente fotocopiadas de visiones celestiales.

"La oración en el huerto", Musée du Louvre
“La oración en el huerto”, Musée du Louvre

Arte, religiosidad y Cultura fue precisamente lo que llamó la atención de Neve: un experto degustador de la calidad que, inevitablemente, se vio subyugado por la perspectiva de Murillo a la hora de finiquitar cada uno de sus lienzos. Visto a groso modo, el sevillano se convirtió a ojos de su benefactor en el Miguel Ángel o Rafael de la urbe del Guadalquivir y la Cartuja; un ilustre hacedor de anatomías sinceras que, a diferencia de las elaboradas por sus colegas renacentistas, se yerguen cual carnes penitentes de la salvación, con rasgos de sufrimientos contenidos, de alegrías comprendidas de manera especial a través de emulsiones de universalidad.

Retrato de don Justino de Neve. The National Gallery de Londres, Bought
Retrato de don Justino de Neve. The National Gallery de Londres, Bought

El Museo del Prado se complace en retener por un tiempo en La Villa y Corte muchas de las piezas del declarado admirador de Van Dyck que estaban desperdigadas por el mundo, fruto de expoliaciones patrimoniales de las que España ha sido víctima frecuente a golpe de incidente bélico (la Guerra de la Independencia fue especialmente salvaje en este tema). Lienzos de hiriente belleza clásica como La primavera, escenas de armoniosos movimientos casi ausentes en su liturgia como El verano (Hombre joven con una cesta de frutas) o madres de Cristo ataviadas con una pose de sencillez amatoria (como si agarraran entre sus brazos millones de bebés, sin centurias ni genéticas definidas) concitan su prestancia en las salas capitalinas. Una celebración en la que tampoco han querido causar ausencia el retrato que Murillo realizó de su amigo Neve, ni el autorretrato (comparado por los especialistas con Las Meninas, de Velázquez) que cuelga con rasgos de profundidad ágil, exhibiendo su claroscuro epidérmico sin contenciones arquitectónicas susceptibles de mermar su efecto hipnótico.

La exposición se completa con un catálogo convenientemente razonado
La exposición se completa con un catálogo convenientemente razonado

No obstante, aunque las obras no lleguen a la veintena, el centro de la urbe del río Manzanares también ha encontrado espacio, por ejemplo, para albergar la grandeza infantil y la ingenuidad pre-púber de San Juanito con un cordero; el cuarteto de lunetes concebidos para la hermana hispana de la basílica romana Sancta Maria ad Nives (Santa María la Blanca) y para el Hospital y la Hermandad de los Venerables; y para susurrar el ilustre trazo de un Murillo cuyos servicios fueron necesarios para enlazar la catedral de Sevilla con la infinitud del Supremo Creador. Una misión más allá de las limitaciones de los hombres y las mujeres a la que el ibérico accedió con el pasaporte de cuadros como El bautismo de Cristo.

El Prado ha reunido 17 obras muchas de ellas inéditas en Madrid
El Prado ha reunido 17 obras muchas de ellas inéditas en Madrid

Más información en http://www.museodelprado.es

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