Mike Oldfield recupera la épica progresiva
Mike Oldfield se deja llevar por la inspiración pretérita en su profundo y emocionante regreso al folk, titulado Return to Ommadawn (Virgin EMI).
El genial músico británico firma dos piezas plagadas de tiempos aguerridos, en las que deja constancia de su capacidad portentosa para montar historias, a través de solos de guitarra y coros ancestrales.
El álbum reúne las esencias perdidas del compositor de Tubular Bells, siempre alentadas por melodías misteriosas y claroscuros de marcado barroquismo.
Existe una máxima que parece perseguir a los creadores en todos los ámbitos de la Cultura.
Esta tiene que ver con la tragedias existenciales, normalmente asociadas a los momentos de mayor lucidez a la hora de vertebrar el talento oculto en el cerebro humano.
La felicidad suele conllevar un continuo de deformaciones en la necesidad de localizar las aristas escondidas de las obras maestras. Y en muy escasos ejemplos, tal estado de concordia con uno mismo y con los demás ha dado como resultado un libro excepcional, un cuadro de pinceladas eternas, o una poesía destinada a agitar el espíritu de los hijastros del bienestar.
Una injusta regla de la que no ha podido escapar Mike Oldfield. Ya en la época en la que concibió Ommadawn (1975), el compositor inglés vomitó notas portentosas al calor de la hiel. En esos años de éxito sin precedentes de Tubular Bells, el hermano de la inolvidable Sally tuvo que afrontar la muerte de su madre, además de una adicción al alcohol que casi acaba con su vida.
Cuarenta y dos años después, un nuevo y agrio socavón de imposible olvido ha vuelto a activar la versión más lírica del autor de Moonlight Shadow. El lamentable fallecimiento repentino de su hijo Dougall (mientras trabajaba en su empresa londinense), sumado al divorcio de su tercera esposa y a la desaparición de su nonagenario padre, golpeó severamente el ánimo de Mike.
Amarguras que el artista de Reading ha traducido en un par de piezas, dignas de figurar en el mejor repertorio del responsable de QE2. Dos largas sinfonías de perfeccionismo instrumental, que MO ha bautizado voluntariamente como Return to Ommadawn.
Distinto por aproximación sonora al añejo Ommadawn, esta anhelada recuperación del folk generoso, y del rock progresivo con vasos comunicantes historicistas, del antiguo Oldfield muestra que el chaval que agitó la escena musical de principios de los setenta, con sus campanas tubulares, aún reside en el interior de un hombre obsesionado con experimentar.
MIKE OLDFIELD VUELVE A DIALOGAR CON LAS GUITARRAS
Después del irregular Man on the Rocks (y eso a pesar del intento de Luke Spiller por adaptar su voz a los ritmos calóricos de Mike), los aficionados comenzaron a echar de menos al inmenso individuo que fue capaz de saltar de la música intelectual de Tubular Bells a los accesos mercantilistas del pop ochentero, con las espectaculares Moonlight Shadow, In High Places o To France.
Durante las últimas décadas, MO ha pivotado por géneros en los que nunca se ha sentido especialmente cómodo, tales como el chill out ibicenco, el dance tecnológico o el dominio informático de artesanías falseadas. De esta manera, las obras del isleño empezaron a teñirse de un desarraigo que diagnosticaba una falta de toque, provocada por el vaporoso y vacuo signo de sus propuestas.
Una caída en los abismos de la falta de identidad, en la que también influyó el divorcio profesional de gente tan eficaz como Jon Anderson, Maggie Reilly o Simon Phillips.
Return to Ommadawn llega al mercado con la enseña de marcar un alto en el camino curricular y menos brillante del irrepetible guitarrista. Para ello, el multiinstrumentista europeo se ha olvidado sabiamente de las modas y de lo que va a tener éxito en el circuito; y simplemente ha confiado sus pentagramas a la sinceridad de lo que quiere transmitir, sin disfraces de por medio ni ansiedad por satisfacer las exigencias del siglo XXI.
Entre los surcos del CD no hay ni asomo de Nassau ni de los paraísos costeros de Las Bahamas. Por el contrario, es posible localizar brumas de campiña, tambores que remiten a los paisajes esotéricos de Avalon, y punteos que rememoran las épocas en las que el rapsoda de North Point estaba llamado a revolucionar la música contemporánea.
Por todo ello, Return to Ommadawn es un compacto digno de ser valorado en toda su grandeza, con los épicos alardes de un hombre que al fin ha encontrado de nuevo su lugar en el universo de las ondas.
Ojalá lo mantenga cuando se atreva a añadir una cuarta entrega a su composición más recordada: la inmortal y visionaria oda bautizada como Tubular Bells.