Maléfica pierde sus alas
Maléfica, película con la que debuta en la dirección Robert Stromberg, se presenta ante el mundo como el vehículo ideal para engrandecer el estrellato de Angelina Jolie.
Hay dos temáticas que interesan primordialmente a Hollywood en los últimos tiempos, siempre que se trata de conseguir suculentos beneficios en taquilla.
Una de ellas es la de los cómics de cualquier signo y naturaleza (con preferencia por los de Marvel y DC); mientras que la otra consiste en la adaptación actualizada de los cuentos clásicos, aunque pasados por la trituradora de la tecnología apabullante y los cánones de la simplificación.
Ante esos dos grandes grupos con aliento a blockbuster; obviamente, Maléfica entra de lleno en la segunda de las categorías.
Dirigida por el veterano creador de efectos especiales Robert Stromberg (quien debuta como realizador con esta película) y con libreto de Linda Woolverton (autora de los diálogos de El rey león y Alicia en el país de las maravillas); la obra que se puede ver en las pantallas tiene un parecido más que circunstancial con el texto de Charles Perrault y con La bella durmiente de Disney, en los que supuestamente asienta su argumento.
Es más, esta producción tan sólo responde a dos pilares más que evidentes: la gestualidad exagerada de Angelina Jolie y la traca de feria audiovisual, con la que Stromberg arropa las necesarias dosis de espectáculo palomitero (algo muy habitual en proyectos de semejante signo, tal como sucedió en Blancanieves y la leyenda del cazador y Hansel & Gretel).
MALÉFICA YA NO ASUSTA
Como un cuento transmitido por tradición oral, la historia comienza con una sugerente voz en off, que se corresponde con la de una mujer cuya identidad se desvelará únicamente al final.
Sin embargo, la dama a la que sólo se escucha anuncia que lo que va acontecer no tiene mucho que ver con el relato conocido hasta ahora, sino que es otra cosa…
Y no se equivoca lo más mínimo.
Desde las primeras imágenes, el espectador toma constancia de que la fémina que da nombre a la cinta (Maléfica) va a ser la auténtica y absoluta protagonista de la misma.
Pero esa hechicera, que otrora causaba pavor en los niños y mayores, es presentada por el novel cineasta como una traviesa hada, a la que una traición amorosa la torna ambigua y un tanto “malota“.
Pese a que Maléfica no es precisamente la identidad ideal para un espíritu bondadoso y juguetón del bosque (a propósito, nunca se explica de dónde proviene el peculiar apodo), el guion dibuja a la clásica bruja como una heroína, en la línea de una Campanilla con excesiva carga pasional y con un buen par de cuernos.
Cuadro dramático orquestado para potenciar el personaje de Angelina Jolie, única intérprete con un papel de suficiente peso a lo largo del metraje.
Ni Aurora (encarnada por una enérgica y algo desdibujada Elle Fanning), ni el Príncipe Phillip (rotundamente prescindible la aportación anecdótica de Brenton Thwaites), ni el psicópata y ambicioso Rey Stefan (Sharlto Copley está algo excesivo como el amante de Jolie en la película), ni el cuervo humano Diaval (único rol que roza un mínimo de desarrollo, a cargo del británico Sam Riley)… Maléfica/ Jolie se come a todo el plantel con su omnipresencia confusa y distorsionadora, aparte de insulsamente autoparódica.
Semejante entronización de la meiga obsesionada con las agujas hace que la caracterización de AJ se perciba como la de una diosa sin ataduras y continuamente insinuante, siempre dispuesta a comandar las escenas con su físico a prueba de bombas.
Así, la sombra de la pareja de Brad Pitt se proyecta sobre el resultado al completo, mostrando a la ficticia colega profesional de Merlín con la piel cambiante de una romántica muchacha, de una madre frustrada, de una salvadora concienciada de la Naturaleza, de un bellezón de la pradera y de una amante furiosa y vengativa.
Una senda camaleónica y arbitraria en la que Angelina echa mano de sus dotes para la sobreactuación, con el fin de dejar claro que ella es la estrella más rutilante de Maléfica, sin que el resto de actores le cuestionen una corona que ya luce a partir de las primeras imágenes.
Ante tal esquema de trabajo, ¿puede el lector imaginar a quién pertenecen los labios que plantan el beso a Aurora, para despertarla de una siesta que -según la visión de Stromberg- dura escasamente unos minutos?
Pero no son simplemente los cambios en pro de Jolie los peores signos de Maléfica, sino la farragosa evolución de la trama; la cual confluye en una caótica lucha que derrumba cualquier atisbo de coherencia en el libreto de Woolverton.
Un auténtico desparrame de millones en efectos visuales que ni la voz a medio timbre de Lana del Rey en la B.S.O. llega a sofocar.
Ejercicio circense que, sin embargo, no consigue mitigar ni por un momento las virtudes acumuladas en La bella durmiente (el magnífico largo de dibujos que Disney produjo en 1959).