Trainspotting cierra su curso
La saga literaria ideada por el escritor escocés Irvine Welsh llega a su parte final, con "Señalado por la muerte" (Editorial Anagrama): un viaje enloquecido al lado de los irreductibles Renton, Begbie, Sick Boy y Spud; ahora sumidos en una madurez que ellos no parecen disfrutar, y que les hace recuperar el componente contestatario que los unió a comienzos de los noventa, en una Escocia decadente y plagada de huidas a velocidades vertiginosas.
Trainspotting se convirtió, gracias al narrador Irvine Welsh y al cineasta Danny Boyle, en una historia generacional para los jóvenes que en los noventa intentaban protestar contra la excesiva y asfixiante burocracia protocolaria e institucional, las reglas aburridas y aceptadas socialmente de lo políticamente correcto, la lucha por no acabar padeciendo un futuro aburguesado hasta en los botones de la chaqueta, y la rebeldía consistente en no seguir el juego de los traicioneros gurús que comandaron las marchas de París en mayo del 68. Todo un paquete de acciones rompedoras, que ilustraban la letra de la incontestable canción Lust for Life, de Iggy Pop (himno grabado en 1977, que alienta los levantamientos individuales y airados, y cuyos enloquecidos tonos suenan en una de las escenas más míticas de la película Trainspotting, con un manual de mal comportamiento a tener en cuenta, declamado por Mark Renton).
Desde el instante de la aparición de la novela en 1993, Trainspotting vino a ser como el referente juvenil de lo que significó La Naranja mecánica de Anthony Burgess en 1962, aunque el texto de Welsh estaba centrado en las lacerantes realidades heredadas de la depresiva era del gobierno de Margaret Thatcher, tales como del paro, las drogas y la violencia desatada; pese a que esta no fuera tan salvaje como la protagonizada por Alex y sus cruentos drugos.
El éxito de las peripecias callejeras de Renton, Begbie, Sick Boy y Spud dio para dos entregas más (Porno y Skagboys), en las que Irvine mostró cómo cumplían años los otrora chavales aplastados por la marginalidad y la delincuencia. Una saga que ahora alcanza su inesperado the end, con Señalado por la muerte (Editorial Anagrama).
La necesidad de dotar de una conclusión digna a la existencia de su pandilla fetiche ha llevado al autor de El artista de la cuchilla a juntar nuevamente los destinos del ingenioso Mark Renton, el psicopático Begbie, el proxeneta y adicto al sexo Sick Boy y el desnortado Spud. Unos hombres a los que les cuesta aceptar que ya no son los chicos que se desfogaban por escapar de la ruina moral en la que vivían, los cuales deben empezar a entrar dentro de un sistema que les repele y que, en realidad, quieren dinamitar desde que tienen uso de razón.
TRAINSPOTTING SE AJUSTA BIEN A LOS PLANES KAMIKAZES DE SUS PROTAGONISTAS DE MEDIANA EDAD
La acción de Señalado por la muerte (por cierto, el título original es Dead Men’s Trousers, y no guarda parecido alguno con el de cierta película de Steven Seagal, con la que la novela comparte su nominación en español) arranca en 2015. En ese momento, Mark Renton es un exitoso y adinerado representante de Djs, que viaja por todo el planeta en tareas de representación. Durante un vuelo transatlántico, el acelerado MR se topa causalmente con Begbie, que ahora es un artista de los de caché alto y reconocimiento popular, además de estar casado y con hijos. Este dúo representa la parte triunfalista del cuarteto; ya que, por el lado menos laureado, Sick Boy continúa con sus negocios oscuros de explotación femenina, y Spud se dedica a mendigar dinero, acompañado de su inseparable perro.
La aparición de un cadáver y una siniestra trama de tráfico de órganos pondrán al cuarteto una vez más en medio de una Escocia que no ha cambiado mucho, con respecto a la que dejaron en el pasado. Una apreciación que igualmente es válida para los protagonistas, a los cuales les cuesta envejecer y asumir responsabilidades.
Ya en Porno y en Skagboys se percibía que los chicos que a los veintitantos años corrían delante de la policía con un televisor robado entre las manos no estaban hechos para integrarse en la mal llamada normalidad. Ellos son ejemplos claros de que el mensaje de los “jóvenes airados” trasciende a cuestiones de la edad, y que lo que de verdad importa es la actitud existencial, para estar en continua batalla contra la aceptación de la rutina y el letargo.
Eso es lo que intenta reflejar Irvine Welsh con su estilo descarnado y directo, en el que las palabras se convierten en estiletes afilados, y las descripciones desprenden ácido sulfúrico. Semejante fórmula insufla energía a unos tipos que no se cansan de correr hacia una meta indefinida e inalcanzable, moldeada según los parámetros químicos y utópicos que Renton, Begbie, Sick Boy y Spud se empeñan en reverdecer.
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