Ian McEwan fotografía el cuerpo de la amargura contemporánea
Ian McEwan publica “The Children Act” (Jonathan Cape y Random House); un relato con espíritu de reflexión social, en el que el responsable de “Sábado” asienta su pluma sobre la insatisfacción individual y la sinrazón de algunas creencias religiosas.
Los escaparates de la rutina suelen ser como los de las tiendas, en ambos casos la desesperanza se produce cuando empieza a decaer la novedad.
Junto a la acumulación de los años, el polvo del desencanto aparece para cubrir los horizontes perdidos, y la tristeza se abre paso a mordiscos a través de las alegrías efímeras y puntuales.
Filósofos de la experiencia como Bertrand Russell convinieron en afirmar que la felicidad constante es una utopía en la que cae el individuo contemporáneo con demasiada frecuencia; y, fruto de la incapacidad para alcanzar ese estado de gracia eterna, se genera el grueso de las muescas existenciales que aquejan a los hijos de Adán y Eva desde que estos fueron expulsados del Paraíso.
Ian McEwan parece haberse aprendido bien la lección de Russell y sus acólitos; y, con la bandera de la desafección, el británico ha configurado un incisivo currículo novelístico, nutrido por la amargura en el pulso y la aridez a golpe de párrafo.
Cosmos que el narrador nacido en Aldershot vuelve a dibujar en su nueva obra, un relato intuitivo y aguerrido -con piel de cuero y arrugas de cuaderno de bitácora- que responde al título de “The Children Act” (Jonathan Cape y Random House).
IAN McEWAN DA ALTERNATIVAS A LA HERENCIA CULTURAL
¿Cómo actuar si las lecciones provenientes del exterior ocasionan males irreversibles? ¿Hay que seguir las tradiciones o los cultos religiosos cuando eso implica acercarse al fin? ¿Existe algún antídoto para luchar contra los destinos impuestos por el entorno? Estas y otras preguntas son como punzantes espadas de Damocles sobre el cuerpo literario de “The Children Act“.
A través de semejantes cuestiones, el autor de “Expiación” crea la evolución dolorida de una galería de personajes enfermos por cansancio anímico. Piezas petrificadas que escenifican un tupido lienzo con anatomía de cadáver social, el cual está presidido en todo momento por la exitosa e inteligente Fiona Maye.
La fémina es una lumbrera en su trabajo en el tribunal de la corte de Reino Unido, donde no hace más que recibir halagos y granjearse promociones laborales. Sin embargo, de puertas hacia dentro, su vida privada es todo lo contrario a su desarrollo profesional. Fiona se encuentra al borde del colapso, debido a un matrimonio de tres décadas que se mece como un barco a la deriva.
Mientras las preocupaciones de la dama corren parejas al suicido de su relación amorosa, la letrada se topa en su juzgado con un pleito relativo a un adolescente llamado Adam. El chico, enfermo incurable, se niega a que se le aplique un tratamiento beneficioso para su dolencia, por chocar con sus creencias religiosas. Un tema que servirá a la protagonista para que analice su propio estado vital.
Amparado en la misma prosa desarraigada que ha hecho célebre al writer de la impresionante obra “El inocente“, el curso argumental de “The Children Act” extrae su fuerza descriptiva de los seres que marcan la acción.
Un conjunto de rostros sustraídos del ideario común, que adquieren mayor prestancia al estar acompañados de los rasgos compartidos. Trazos demasiado semejantes a muchos de los ciudadanos normales que habitan esta mole -babélica e imperfecta- censada como Planeta Tierra.
Más información http://www.ianmcewan.com