Hedonismo negacionista
Las medidas para frenar el mortal avance del coronavirus han venido acompañadas de la proliferación de fiestas ilegales y reuniones numerosas -sin guardar distancia ni portar mascarillas-, que traen a la palestra el regreso del insolidario y nihilista hedonismo radical, que muchas veces deriva en un negacionismo en busca de justificar el abandono al placer y a la diversión generalizada, por encima del bien social.
Hedonismo es un término que parece haber alcanzado un nuevo protagonismo en estos duros tiempos de la Covid-19.
Lejos de cualquier justificación racional, ética y moral; muchas personas se lanzan a las calles de tapadillo y en secreto, para participar en fiestas ilegales, para disfrutar de lo que consideran como su libertad vital, para consumir noches de desenfreno colectivo… Actitudes de irresponsabilidad voluntaria, que contribuyen a aumentar el número de contagios, a elevar la temida presión hospitalaria, a nutrir las unidades de cuidados intensivos con enfermos en estado crítico, y a multiplicar las ingratas lápidas de los cementerios.
La búsqueda del placer inmediato, sin reflexionar sobre sus consecuencias posteriores, ha extendido sus tentáculos destructivos sobre una cantidad considerable de hombres y mujeres (principalmente, con edades inferiores a los cincuenta años); los cuales permanecen alienados en torno a la máxima de que el placer domina al individuo, y no al revés, como proclamaba Aristipo de Cirene, entre los siglos IV y III a.C.
Cuando el ser humano deja su voluntad en manos del hedonismo y de las tentaciones que lo componen, este pierde cualquier signo de libertad, por mucho que los que acuden a las actuales fiestas ilegales y a las concentraciones con riesgo epidémico esgriman el falso argumento de la coartación de libertad por estar confinados; por obligarles a limitar la vida social; por tener que guardar la distancia aconsejada por los científicos; y por llevar mascarillas en todo momento, bajo sanción de no cumplimiento.
Semejantes infractores de las normas, impuestas por consenso institucional y sensatez médica, consideran que el estado del bienestar no conoce márgenes a nivel individual; y que los deberes con la comunidad no son susceptibles de cumplimiento, si algunos individuos se niegan a ello. En definitiva, los citados tipos se refugian en un universo únicamente nutrido por derechos, y en el que no existe la contrapartida de los deberes. Lo que viene a resumirse como el eterno duelo entre libertad y libertinaje.
Tales conductas de irresponsabilidad colectiva son defendidas por los denominados negacionistas del virus, los cuales argumentan que la pandemia es en realidad un complot internacional y mediático, destinado a controlar la conducta de los seres humanos. Nuevamente, el hedonismo radical y subyacente en la sociedad hace que estos nihilistas, que rechazan las informaciones que llegan de los hospitales y las residencias, cierren los ojos ante la súbita ausencia de muchos de sus vecinos, de muchos de sus conciudadanos, de muchos de los transeúntes con los que se cruzaban al pasear, y de muchos de sus compañeros de trabajo y parientes.
Similar planteamiento irracional sirve para etiquetar a los que, a pesar de recibir diariamente unas cifras de muertes solo superadas por las bajas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, asisten a botellones furtivos, a combates multitudinarios de bolas de nieve en el centro de Madrid, a excursiones imprudentes a las estaciones de esquí, a locales escondidos para celebrar la vulneración del toque de queda..
HEDONISMO E INACTIVIDAD EN LA CLASE POLÍTICA
Resulta bastante descorazonador que los comportamientos irresponsables, que muestran muchos de los ciudadanos embriagados con el licor del hedonismo radical, encuentren un hueco de acción en las ambiguas medidas y mensajes de los políticos que gobiernan España a nivel nacional y autonómico.
Desde hace algunos meses, los responsables del poder ejecutivo y los agentes sociales hablan y debaten largo y tendido sobre el complicado equilibrio entre la economía y la salud. Un asunto que suscita varias preguntas: ¿De verdad existe una dicotomía entre ambas realidades, o son aspectos de la vida que están implícitos el uno en el otro? ¿Por qué el intento de controlar la pandemia de una manera más estrictica debe conllevar el hundimiento de la economía? ¿No existen medidas eficaces para proteger a los negocios y a los trabajadores, angustiados por los extraña y abismal época actual?
La experiencia ha constatado que la consigna de “preservar la Navidad”, que abanderó la Comunidad de Madrid, no era la más adecuada en esos momentos de la pandemia; ya que animar a los ciudadanos a acudir a las tiendas y a las terrazas de los bares y restaurantes era como jugar a la ruleta rusa con las personas.
Por el contrario, lo razonable es asumir que, una vez se tengan controlados los brotes con las vacunas y se neutralice la incidencia de las nuevas cepas del virus, la economía empezará a levantar el vuelo con políticas sensatas para reactivar el sector cultural, comercial, turístico y empresarial; además de animar al necesario y asfixiado consumo interno.
No obstante, y de vuelta a ese hedonismo radical de los párrafos anteriores, la progresiva sustitución en zonas céntricas de salas de cine, de teatros y de centros culturales por grandes superficies de cotizados emporios de la moda y de la tecnología revela la intención de los poderes fácticos por enfatizar el elemento neoliberal e individualista en la conducta de los habitantes; lo que que al final potencia la búsqueda obsesiva del placer y la diversión a toda costa. Un pilar de la sociedad de consumo más enraizada.
El hedonismo aparece definido en el diccionario como “la doctrina que identifica el bien con el placer, especialmente con el placer sensorial e inmediato“, y como “la tendencia a la búsqueda del placer y el bienestar en todos los elementos de la vida“. Semejantes ideas encajan a la perfección con el pensamiento de miles de insurrectos que creen que con sus desfogues, estimulados por la negación y el nihilismo hacia el coronavirus, tienen pleno derecho a exprimir jornadas gozosas; sin importarles el posible contagio de parientes, conocidos, y personas anónimas con las que coinciden en la calle o en el transporte público.
La cura del hedonismo radical, con su carga de egoísmo social y su incapacidad para esgrimir razonamientos lógicos sobre su falta de compromiso comunitario, aún no está en vistas de ser lograda. Un mal planetario y demasiado frecuente, que queda enfatizado por una aldea global en la que resulta casi imposible sustraerse a las corrientes que invaden las parcelas del pensamiento, y que obnubilan la lógica de los más dados a la diversión.
Lástima que la Grecia de los grandes filósofos quede tan lejana…