Pablo Alborán desafía las alturas
El cantautor malagueño edita "Vértigo" (Warner Music España): un disco concebido desde el placer de la comodidad creativa, sin ambiciones más allá de las meramente sensitivas y poéticas.
Pablo Alborán ya no tiene que sacar su guitarra y entonar su voz, para congregar a las audiencias en torno suyo. Prueba de esta aseveración se encuentra en las once nominaciones a los Grammy latinos que el andaluz acredita a lo largo de sus nueve años de carrera musical; o el inmenso reclamo luminoso que se pudo contemplar en la populosa cartelería de Times Square, en Nueva York, con motivo del lanzamiento de Vértigo (Warner Music España).
La figura y el sello de Alborán se han asentado en la industria de las ondas a base de baladas emotivas; declaraciones de amor tiroteadas por el desaliento; y punteos de garganta casi a capela, que asumen el papel confesional de letras hundidas en el deseo y la desesperanza.
Heredero en intenciones de las inmejorables líricas de José Luis Perales, el cantautor malagueño esculpe su quinto trabajo de estudio como una especie de desafío a la tranquilidad conceptual, para hincar la mirada en las entrañas de los abismos emocionales; normalmente relacionados con asuntos románticos teñidos de amargura. Quizá, esta sea la causa principal por la que el artista andaluz ha titulado el álbum simplemente con la palabra vértigo.
Para Alborán, el vértigo a la realidad está omnipresente en la rutina de la humanidad, y materializa sus pesadillas a través de pandemias mortales y destructivas, como la del coronavirus; pero también se hace fuerte ante las decepciones amorosas, al igual que un fantasma invisible que obliga a sus víctimas a reaccionar frente a los desengaños del corazón.
Las once historias, o relatos, que nutren el curso narrativo y existencial del CD dejan clara muestra del ingenio compositor del responsable de Prometo. Un conjunto de canciones sumidas en atmósferas sosegadas, en el que la voz de Pablo ejerce el papel protagónico de un tipo herido en lo más profundo de su ser, debido a esfuerzos sentimentales muchas veces traicionados por parejas graníticas.
PABLO ALBORÁN APUESTA POR LOS TEMAS CONFESIONALES
Comparado con los otros discos de Pablo Alborán, Vértigo responde a una estructura mucho más definida, marcada por bloques de significado vaporoso.
Anclado voluntariamente en lo que ocurre a su alrededor, PA establece un figurado testimonio biográfico del proceso de producción del álbum. Un sutil diario de sesiones, que el cantautor malagueño despliega a través de una serie de interludios breves, con audios defectuosos o difuminados de conversaciones perdidas, y de pruebas desentonadas de alguno de los temas centrales. Unos interludios, o episodios casuales, que sirven para diferenciar cada bloque lírico que conforma el disco.
El salto es el primero de los mencionados incisos, con el que Alborán da paso a una sucesión de tres canciones de tentaciones quemadas y deseos imprecisos, tituladas Si hubieras querido, Corazón descalzo y De carne y hueso.
Magalahe es el segundo interludio, que prologa el tema más extraño en el arco dramático de Vértigo: el track bautizado como La fiesta (una composición de accesos ambient, que la interpretación somnolienta de Alborán se encarga de enfatizar).
Reyes, Fuentes y Vindver es la tercera desconexión, tras la que comparecen Hablemos de amor, Dicen, Que siempre sea verano y Malabares. Cuatro líricas argumentadas bajo la premisa de los laberintos amorosos, siempre de difícil escape.
Para finalizar con este esqueleto, Desde la cumbrecita engloba El vendaval y No está en tus planes; mientras que Tavira sin frenos hace lo propio con la excelente Vértigo y la versión acústica de Si hubieras querido.
Semejante engranaje dota de empaque creativo a Vértigo; aunque lo que verdaderamente queda tras la citada fórmula narrativa es la brillante interpretación del cantautor malagueño, y el transformismo trágico que Pablo Alborán desarrolla en cada uno de los cortes.
Como si rompiera las letras a golpe de timbre, siempre con una garganta en el límite de los quiebros angustiosos, el andaluz deshoja la margarita de los sentimientos expuestos en sus letras, sin redes protectoras; solo con ánimo de desafiar las alturas, sin que nadie espere salir indemne a la hora de lanzarse al vacío de las declaraciones abiertas en canal.
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