Fred Vargas recurre a Adamsberg
Fred Vargas presenta la decimosegunda novela de la saga protagonizada por el comisario Jean-Baptiste Adamsberg: una intriga plagada de humor y costumbrismo macabro, titulada "Sobre la losa" (Ediciones Suruela). La autora parisina despliega su talento y su capacidad literaria para hilar una obra construida a base de misterios legendarios, con un supuesto fantasma que pasea su cojera por un pueblo asolado por unos crímenes terribles e inexplicables.
Fred Vargas no es una narradora a la que le interesa especialmente la sobriedad de una historia policiaca, sino que se preocupa más de hilvanar contextos sorpresivos, por los que deambulan personajes escapados de cualquier lógica racional.
Los diálogos de la ganadora en 2018 del Premio Princesa de Asturias de las Artes son como dardos irónicos, que juegan con sortear los laberintos clásicos del noir profundo y aguardentoso, a través de salidas de tono inesperadas y situaciones pintorescas y voluntariamente extravagantes.
En ese universo de trazos delirantes, el comisario Jean-Baptiste Adamsberg suele ejercer de maestro de ceremonias un tanto despistado e inverosímil: un investigador desastrado y peculiar, que se ha convertido en el rol fetiche de Vargas.
A grandes rasgos, el detective de la brigada criminal del distrito París 13 podría ser definido como una mezcla resultona del eficaz Maigret y del caótico Clouseau.
Después de once títulos transitando a bandazos por los caminos de la patria de La Marsellesa, Adamsberg asume su decimosegunda aventura bajo el emblema de Sobre la losa (Ediciones Siruela): un figurado mapa de palabras aéreas y frases vaporosas, sin coordenadas precisas ni rutas anegadas de cruentas sangrías. En definitiva, un texto en el que sobrevuela el estilo envolvente y abiertamente desdramatizado de Fred Vargas.
Como en sus casos anteriores, Jean-Baptiste Adamsberg acude a resolver unos peliagudos homicidios, sobre los que pesan elementos que no son precisamente terrenales.
Dentro de esta espiral de sospechas, las supersticiones de los lugareños se mezclan con las supuestas clarificaciones y los testimonios desordenados; y con ello, FV conforma un escenario que no le es ajeno al mismo policía que en uno de sus viajes precedentes buscó sus ancestros familiares en un clan de licántropos y vampiros.
FRED VARGAS AUMENTA LAS SITUACIONES PINTORESCAS EN LAS QUE SE VE ENVUELTO EL COMISARIO ADAMSBERG
La acción de Sobre la losa ocurre en un tétrico pueblo de Bretaña, llamado Louviec.
En esa región, los vecinos temen las apariciones del conde cojo: un espectro que perdió su pierna en una batalla de 1709, y cuyos estertores y sonoras pisadas de madera se escuchan con contundencia desde las estancias pétreas del castillo de Combourg.
La cosa se habría quedado en los meros cotilleos de la población autóctona, a no ser por el descubrimiento de dos asesinatos. Las primeras indagaciones apuntan a Josselin de Chateaubriand, del que dicen que es un fiel doble del escritor romántico François-René de Chateaubriand (quien fue también embajador y diplomático de Francia, en la primera mitad del siglo XIX).
Tras rocambolescos laberintos sin salida aparente, el comisario de la prefectura de Rennes, Franck Matthieu, pide ayuda al comisario parisino Jean-Baptiste Adamsberg: famoso por resolver complicados misterios con notable facilidad. El singular policía acepta el interesante encargo, y se desplaza a la zona de los escabrosos hechos.
Nada más arribar a Louviec, Adamsberg comienza a desplegar sus inverosímiles métodos de trabajo, en los que importa más la intuición que las pruebas sólidas e irrefutables. Un sistema de pensamiento basado en la casuística, y cuya inspiración encuentra debajo de las sombras milenarias de un aislado dolmen.
Fred Vargas consigue una vez más despistar a los lectores y encender su curiosidad, al obligarles a someter sus juicios deductivos a los vaivenes caprichosos de un protagonista que no se ajusta a los estereotipos del género.
El antihéroe ideado por Frédérique Audoin-Rouzeau se comporta con total libertad, y establece sus propias reglas de acción. De esta manera, los seguidores de sus casos no esperan silogismos sesudos a lo Sherlock Holmes, sino comicidad neurótica e inestable. Ahí estriba su genialidad.
Más información en