El jardín de los cerezos florece en Madrid
El jardín de los cerezos llega al Centro Dramático Nacional bajo la experta dirección de Ángel Gutiérrez, miembro destacado del Teatro de Cámara Chéjov.
La tuberculosis fue la traicionera enemiga que acabó con los paraísos terrenales del cuentista y dramaturgo ruso más importante de la historia.
Entre las aguas montañosas de Baden-Wurtemberg, el autor de Tío Vania pasó a mejor vida, debido a una irreversible dolencia en los pulmones. Tenía solo cuarenta y cuatro años de edad; aunque ese breve lapso temporal resultó suficiente para que el nacido en Taganrog obtuviera el honor de ser uno de los mejores retratistas de la sociedad de su época.
Antón Chéjov supo armar imágenes más allá de los velos deformantes del presente, visiones o pesadillas en las que imprimió su incertidumbre hacia lo desconocido. Un conjunto sincronizado de deseos y anhelos, con los que marcó el aura de los fantasmas del cambio.
Dentro de esa intensa producción de papel, El jardín de los cerezos es una obra con alma y signatura de epitafio o conclusión. No en vano, el responsable de La gaviota la terminó con el aliento de la pelona tras la nuca, en 1904.
Por todo ello, el texto de esta pieza voluntariamente invisible se nutrió de una sensación de abismo insondable, de suspense existencial con un denominador común extraño e indefinible.
“Chéjov vivía en la esperanza de que el sonido de la cuerda rota (reventada) en El jardín de los cerezos, que tanto asustó y estremeció a sus personajes, despertara en alguien las cuerdas de su conciencia”, afirma el escenógrafo Ángel Gutiérrez.
Las palabras pronunciadas por el dirigente del Teatro de Cámara Chéjov adquieren galones de actualidad por el montaje que él mismo prepara estos días, en el Centro Dramático Nacional de la Villa y Corte. Un proyecto ambicionado desde hace décadas por Guitérrez, que estará en activo del 8 al 24 de mayo.
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS SIGUE DANDO FRUTOS
“Es una obra vieja, ya que tiene más de un siglo. Pero nadie sabe de qué trata”, explica el director y adaptador del inmortal texto de Chéjov. Una aseveración que el dramaturgo español enfatiza, cuando se refiere al sonido misterioso y telúrico con que el escritor ruso quiso herir las razones circunstanciales de sus personajes.
Hasta la aparición de la “cuerda rota”, la pieza simula andar por territorios más o menos precisos; respecto a una familia de la aristocracia rusa que, por causas un tanto desagradables y manirrotas, tiene que deshacerse de sus propiedades. Entre las posesiones a subastar, se halla la casa de campo, que consta de diversas partes. Una de estas secciones la compone un bello e inspirador jardín de cerezos, que adquiere el nuevo rico Ermólai Alexéievich Lopajin.
A través de los comportamientos situacionales y una técnica cercana a la del teatro de guiñol, la historia vierte sus incógnitas frente a una realidad que mece su nana hacia las fauces de la inminente guerra mundial de 1914, tras la que acabaría definitivamente el régimen zarista imperante en Rusia.
Chéjov no conoció la revolución bolchevique de 1917, pero sí fue testigo del espíritu rebelde y virulento de un pueblo que no soportaba el hambre y la esclavitud, y que estalló a tientas con el conflicto que enfrentó a la tierra de Dostoievski con Japón (de 1904 a 1905).
Todo eso está implícito en El jardín de los cerezos, aunque con la sutileza aún primigenia de las miradas hacia el vacío, la incapacidad para entender el viacrucis de la vida, las frases lanzadas a la nada… Unas emociones que Ángel Gutiérrez captura en toda su holgura, con la complicidad de un potente elenco de actores. Cuadro de cromatismo nostálgico que lideran Marta Belaustegui (Liubov Andréievna Ranévskaya), Alicia Cabrera Díaz (Duniasha), Juan Ceacero (Semión Panteléievich Epijódov), José Luis Checa (Fris) y Jesús García Salgado (Ermólai Alexéievich Lopajrin).
Vídeo de “El jardín de los cerezos“, por el CDN y Paz Producciones
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