Carl Andre inventa un nuevo Palacio de Velázquez
Carl Andre aterriza en el Museo Reina Sofía de Madrid, con una extensa exhibición de sus geometrías integradas en espacios fantásticos.
Miguel Ángel vio en el mármol gotas de sudor, músculos doloridos, nervatura ajustada a los cánones clásicos. En las manos del genial escultor del David adolescente, la materia cobró el protagonismo que merecía, por encima de los condicionantes argumentales.
Carl Andre (Quincy, Massachusetts, USA, 1935) hizo algo muy parecido con el espacio. El artista norteamericano moldeó las atmósferas con los plintos imaginarios de figuras inventadas, de geometrías dotadas de una esencial categoría virginal.
A través de esas concepciones sustraídas del aire y de los haces lumínicos, el otrora compañero de aventuras de Frank Stella completó un currículo de bosques arquetípicos, de desnudez formal, de chapas industriales sujetas a los remaches de la creatividad, de collages alegóricos de estados de ánimo polisémicos.
Todo un conjunto de emocionantes cortaduras que desembarca estos días en dos de las sedes principales del Museo Reina Sofía de Madrid. Por un lado, los objetos del compatriota de Jackson Pollock adornan las invisibles paredes soleadas del Palacio de Velázquez, en el capitalino Parque del Retiro (hasta el 12 de octubre). A la vez, y no muy lejos de allí, sus construcciones de palio institucional estarán bajo techado dieciochesco, en la planta tercera del Edificio Sabatini, hasta el 28 de septiembre.
CARL ANDRE VISTE LA VILLA Y CORTE CON SU LAND ART
Las casi doscientas piezas, reunidas para la ocasión por los expertos Philippe Vergne y Yasmil Raymond, muestran la faz de un Andre en continua rebeldía con las catalogaciones enciclopédicas. Las esculturas alumbradas por la portentosa mente del creador de Massachusetts hablan un lenguaje nada rocambolesco: dictado por la coherencia reductora, y desarrollado desde sus expresiones más básicas.
Minimalista declarado, y explorador en constante duelo con el inmovilismo, CA escapa de los márgenes precisos de las definiciones simplistas, para juguetear con las inspiraciones más variadas. Influencias que le vienen a ráfagas de su relación con las obras de gente tan rupturista como Marcel Duchamp o Constantin Brancusi.
El principal denominador común de sus esculturas de alquimia abstracta es el de la libertad más absoluta, el de las líneas de un urbanismo caracterizado por la deshumanización de los materiales. En definitiva, un cosmos donde las palancas hacen las veces de los ojos hipnotizados, y las planchas sustituyen en su prestancia a los torsos cincelados por la pasión.
La exposición montada en el Museo Reina Sofía trata el universo de Mr. Andre en toda su extensión y sin cabos sueltos, independientemente de las épocas y de las corrientes por las que pasó el artista plástico. Un periplo que va de 1958 (cuando están fechados los iniciáticos balbuceos del escultor) hasta el 2010 (temporada en la que el propio interesado dio por concluida su brillante carrera).
Dentro de esta montaña rusa de modelados sin plinto, el estilo desborda capacidad de diálogo por boca de los metales; mientras que los objetos adquieren la apariencia de seres dotados con la virtud del silencio.
Espoleado por un voluntario espíritu renacentista, CA no limitó su talento a la escultura, sino que también quiso probar su ingenio en la composición de poemas visuales (muy cercano a las inquietudes de Apollinaire). Precisamente, esos versos de lectura animada suponen la mayor novedad de la muestra, proyectada para dar a conocer -en todas sus facetas- al maestro del Minimalismo y el Land Art. Laberinto de palabras y dibujos que concluye con la incorporación de los ítems organizados en la serie Dada Forgeries.
A partir de esas habitaciones existenciales, la institución de la urbe del Manzanares diseña un cuadro único y monumental, en el que Carl Andre se erige como gran prestidigitador de la contemporaneidad; siempre inventando lugares en los que sus figuras insinúan extremidades geométricas, precisas y arquitectónicas.
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