El Greco engrandece su huella
El Greco interpreta el papel de guía plástico en una exposición del Museo del Prado, vertebrada en torno a la influencia del cretense en las vanguardias del XIX y del XX.
La ingravidez fantasmal pinta de gris su eterna transparencia. Al tiempo que las nocturnidades oleosas cubren de llantos pigmentados las cavernosas telas, robadas a la hora del Juicio Final con sus figuras alargadas sobre esqueletos sombríos, tan leves como la humanidad castigada.
Así -con semejante disfraz de macabros talles- fue como Doménikos Theotokópoulos (Reino de Candia, Creta, 1541- Toledo, 1614), más conocido como El Greco, se presentó en la Galería Española de Luis Felipe de Orleans del Museo del Louvre, en 1838.
Antes de ese significativo año del siglo XIX, el artista de El entierro del Conde de Orgaz estaba tapiado con el silencio intelectual, agrietado con la argamasa con la que las mentes olvidadizas suelen revestir los ecos de los visionarios, los gritos a paleta viva de los hombres adelantados a su época.
Pero la casualidad, o el destino, hizo que los abanderados de las vanguardias europeas (encabezados por un portentoso Paul Cézanne, un soñador Èdouard Manet, un amante de corazones cromáticos llamado Eugène Delacroix, un admirativo Théophile Gautier y un inspirado Charles Baudelaire) fijaran su retina en las nueve obras expuestas en París con la firma del creador del XVI.
Las lecciones esgrimidas por el toledano de adopción, vertidas cual plomo alquímico a través de líneas sinuosas, ojos de agua salada, patetismo anímico, heroísmo de huesos y palidez, y trágicos decorados (sustraídos habitualmente a los abismos celestiales) alimentaron con sus soluciones a no pocos movimientos nacidos al compás de 1900. Corrientes de laureado arco como El Orfismo de Robert Delauney, El Cubismo de Pablo Picasso y El Expresionismo de Max Beckmann.
Una inspiración sin fondo en la que incluso la abstracción norteamericana encontró, mediante Jackson Pollock, su particular hilo de Ariadna, con el que componer el bordado de un mundo cambiante: confuso en sus pilares, y abundante en sensaciones pretéritas y futuras.
Tales revelaciones elevaron al fabulista de El caballero de la mano en el pecho a la altura que siempre se le negó, y que nunca dejó de merecer.
Un puesto de honor sin caducidad en el devenir de las centurias, que El Museo del Prado intenta reforzar con la exposición El Greco y la pintura moderna: la cual prolongará su riqueza plástica del 24 de junio al 5 de octubre de 2014.
EL GRECO, ADALID DE NUEVOS RENACIMIENTOS
El comisario Javier Barón Thaidigsmann (experto de la pinacoteca madrileña en Arte decimonónico) ha seleccionado un total de algo más de una centena de obras, para ilustrar la existencia de vasos comunicantes entre el protegido de Felipe II y las elucubraciones contemporáneas de Picasso, Beckmann, Macke, Kokoschka, Zuloaga, Chagall, Pollock, Orozco, Rivera, Bacon, Saura o Giacometti.
Esta panorámica relativa a herencias figuradas queda traducida en la institución capitalina en un conjunto de veintiséis piezas signadas por Doménikos Theotokópoulos, a las que se unen ochenta cuadros de exultante modernidad, para habitar en sincronía las salas A y B del remodelado Edificio de Los Jerónimos.
El intenso diálogo que se establece entre las fantasías de caldero renacentista y las materializaciones de juventudes rebeldes exhibe frases hechas de imágenes, en las que el espíritu sacramental del cretense impone profundidades insospechadas, impresas por sus hijos profesionales en lienzos horneados con el sulfuro de dos guerras mundiales.
Tanto los retratos (La dama de armiño y El caballero de la mano en el pecho fueron los que ejercieron mayor papel en las vanguardias europeas), como las secuencias bíblicas y los regateos en el Véneto y Roma (donde El Greco perfeccionó su intuición magistral, atado a los pinceles de Tiziano, Veronés y Tintoretto), se convirtieron en musas certeras ideadas por el artista enterrado en El Monasterio de Santo Domingo el Antiguo.
Seres de leyenda con los que el isleño pudo competir, en igualdad de condiciones, con la fama de colegas más reconocidos hasta ese momento, como Velázquez.
Los cuatro siglos de anocheceres monásticos del autor de Laoconte (verdadero puntal para enlazar con los herederos de la paleta del cretense), la penitente y pacífica Trinidad, la asfixiante Crucifixión del colegio de María Aragón y la sufridora y doliente tabla El expelio no han podido silenciar la huella innegable del hombre que vio en España un paisaje de cielos apocalípticos.
In memoria nostra semper tu vivis…
Más información, entradas y horarios en http://www.muesodelprado.es/exposiciones/info/en-el-museo/el-greco-y-la-pintura-moderna