David Kertzer descubre el eje Mussolini-Pío XI
David Kertzer relata los siete años en los que el pontificado de Pío XI y la dictadura de Benito Mussolini aliaron sus respectivos destinos, para acabar con el Comunismo. The Pope and Mussolini: The Secret History of Pius XI and the Rise of Fascism in Europe es el título de la obra, con la que el neoyorquino ha ganado el Pulitzer en la categoría de Biografía.
¿Existió connivencia entre El Vaticano y el gobierno totalitario de Il Duce?
Esta pregunta ha estado presente en la cabeza de millones de personas desde hace más de siete décadas, y vuelve a resurgir con similar fuerza a la de antaño -si cabe- al compás de los actos conmemorativos del final de la Segunda Guerra Mundial.
La reciente apertura de los archivos de ese período albergados en la Santa Sede ha clarificado muchas dudas respecto a este espinoso y lacerante asunto, y ha contribuido también a concluir que hubo un tiempo en que el Fascismo italiano y el papado de Pío XI fueron mucho más que distantes y fríos convecinos, encerrados en un mismo territorio.
Al menos, esta es la conclusión a la que ha llegado el profesor de Antropología en la Universidad de Brown (Providence, Rhode Island) -e historiador estadounidense- David I. Kertzer (Nueva York, 1948), quien hace unos meses se alzó con el Pulitzer en el apartado de biografías, por su libro The Pope and Mussolini: The Secret History of Pius XI and the Rise of Fascism in Europe (Random House, Rizzoli, Oxford University Press).
DAVID KERTZER VA MÁS ALLÁ DE LA CAPILLA SIXTINA
Durante siete inviernos, la relación de interesado apoyo entre el líder de los “camisas negras” y Achille Damiano Ambrogio (más conocido como Pío XI, el papa 259) prolongó su curso de enfermiza confraternidad, entre dogmatismos de bota y acero y espiritualidades traicionadas. Una amistad de burocracias militantes, que quedó inaugurada tras la Marcha de Roma del 28 de octubre de 1922, y que empezó a perder sentido tras el fallecimiento del Santo Padre, en 1939.
Kertzer introduce su bisturí analítico para mostrar los hechos tal cual acaecieron, descritos mediante documentos y testimonios literales de los protagonistas que condujeron la citada entente, reservada aparentemente más a objetivos políticos que religiosos.
“David Kertzer tiene un ojo puesto en el pasado, la oreja puesta en el mundo real y su especial instinto implicado en transmitir las tragedias humanas”, afirma Joseph Ellis, anterior ganador del Pulitzer. Características que el neoyorquino ha afilado para acercarse peligrosamente a un tema espinoso, en el que el papel de la curia cardenalicia y papal siempre ha permanecido en la tibieza de los perdones obligados.
El decorado recreado por el antropólogo habla de una Santa Sede extremadamente preocupada por el ascenso de las tesis contrarias a su poder eclesiástico. Algo que Pío XI (quien había sido nombrado como cabeza de la Iglesia en 1922) denunció taxativamente a través de numerosas encíclicas, como la Iniquis Affictisque. En concreto, el sucesor de Benedicto XV hacía referencia a la difícil situación de los fieles en países como México.
Precisamente, en ese mismo año, un hombre diametralmente opuesto al ADN del portador de las sandalias del pescador se hacía con la presidencia de la nación transalpina, a golpe de fuerza y acciones intimidatorias. Nada más llegar a gobernante, Benito Amilcare Andrea Mussolini se apresuró a acercar posturas con la Iglesia Católica, plan que quedó ratificado con la firma conjunta de los Pactos de Letrán; los cuales establecían -entre otras disposiciones- la inviolabilidad del Estado Vaticano, aparte de prometer la restitución al mismo de algunos de sus territorios perdidos.
Tal estrechamiento de posiciones llevó a Pío XI a calificar a Il Duce como “un hombre de la Providencia”; y, para mimar el mantenimiento de ese feeling necesario, la Santa Sede puso a disposición de BM profesionales de la diplomacia vestida con hábitos, tales como el padre Pietro Tacchi Venturi (conocido más tarde como el Rasputín de Mussolini) y el cardenal Eugenio Pacelli.
El lustro largo en el que tuvo lugar esa cordialidad mutua (desde instancias vaticanas incluso se animó a los fieles a apoyar al régimen fascista) ha dado suficiente material para completar el profundo ensayo elaborado por David Kertzer con un elemento de contagio emocional, destinado a potenciar las reflexiones sobre el silencio papal frente a la ascensión de los totalitarismos en Europa.
Al final, la muerte de Pío XI enfrió esa complicidad peligrosa, mantenida artificialmente por ideologías con caminos que nunca debieron coincidir en ninguno de sus objetivos. Una colaboración que acabó por romperse definitivamente cuando Mussolini se alió con Hitler. No obstante, el alejamiento efectivo nunca estuvo marcado con claridad meridiana por ambas partes; realidad que persiguió al pontificado del sucesor Pío XII, y marcó su período en la silla de San Pedro con los reproches de los millones de víctimas causadas por el eje que comandaron el Nazismo y el Fascismo.
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