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En una escena de la película Presidente Miterrand, el actor Michel Bouquet (que encarnaba al comandante del Eliseo, en la mencionada obra de Robert Guédiguian) confesaba al personaje de Jalil Lespert (el periodista Antoine Moreau) que, al contrario de lo que solía pensar la gente, Francia no poseía las tonalidades azules de la bandera tricolor, sino que era ante todo gris. Así veía el mandatario, según el filme, a la nación que cubrieron de respeto legendario personajes como Danton, Voltaire y Rousseau: como una dama de luminosidades opacas. Aunque, si alguien hubiera preguntado al político sobre el sonido sinfónico del país de Victor Hugo; entre los cantantes seleccionados por el gobernante, con casi total seguridad estaría el de un señor de pequeña estatura y viva complexión; un tipo, con sombra de estrella sin alambres de inaccesibilidad, llamado Charles Aznavour.
Los trinos de este compositor e intérprete de origen armenio están prendidos con esmalte de uñas a los hierros de la Torre Eiffel, casi tanto como lo están los correteos danzarines de María Antonieta a los jardines de Versalles. Con sus casi noventa años (edad que cumplirá el próximo 22 de mayo de 2014), el que fuera telonero de la inigualable Édith Piaf (allá por los cuarenta y cincuenta) acaba de lanzar al mercado el álbum maratoniano bautizado Les 100 Plus Belles Chansons (Universal Records); un disco cuya materia candente funde la sensibilidad de varias generaciones, al calor de cien de sus letras preferidas.
La pensión de La Bohème ya es un locutorio
Pese a no compartir el eléctrico timbre de otros colegas de la chanson, Shahrourh Varinag Aznavourian tiene algo en su pulso de rapsoda que le hace singular y memorable. Los versos que sustentan cada una de sus trovas poseen el alma descarnada de los que tocan el aliento gélido de la desesperación, mientras que en sus contornos de pergaminos pautados reside la tristeza identificable de los amores perdidos; a la vez de abrir la puerta a las juventudes arrancadas al pasado, y a la nostalgia de los recuerdos dolorosos. Ahí es donde descansa la magia de este individuo, que subió al carro del artisteo con tan solo once aniversarios (cosa que hizo al lado de su hermana).
No obstante, fue junto al magistral Pierre Roche con quien Charles tomó la alternativa profesional (1953), ante un pueblo atenazado por la atmósfera de muerte y destrucción generada tras la Segunda Guerra Mundial. En medio de esa vorágine malsana, las chansons de Aznavour vinieron a apaciguar un poco el espíritu de los resistentes a la depresión colectiva, y encauzaron las lágrimas ocultas de sus compatriotas.
Después de incontables vicisitudes a partir de esos inicios, el protagonista de Disparen al pianista (François Truffaut, 1960) hace balance en este tercer milenio de una existencia plena de declaraciones a balada de trompeta: melodías con batería de coros, que retrotraen a épocas añejas de music-hall de pandereta, y de pinturas tendentes a la inmortalidad cubriendo Montmartre. Ajuste de cuentas que el embajador honorífico de Armenia efectúa con la elaboración artesanal de los cinco compactos de Les 100 Plus Belles Chansons .
Muchos pensarán que un centenar de grabaciones representa un número algo excesivo de evocaciones a ritmo de solfeo, pero la revisión no resulta gigantesca para el repertorio de un creador que posee en su historial varios miles de líricas, a cual más perfecta en su vulnerabilidad de costumbrismo sereno.
Entre los tracks más llamativos de este viaje al pasado, no faltan los éxitos reconocibles (banda sonora necesaria para cualquier aficionado con gusto por los ripios callejeros y las pasiones aceleradas), tales como Les Comédiens; Bon Anniversaire; La Mamma; Et Pourtant; Mourir D’Aimer; A Ma Fille; y La Bohème. Deambular de fantasmas concitados en el que, a pesar del abundante material, se echan de menos temas tan populares como She y Venecia sin mi amor.
A través de los surcos metálicos de Les 100 Plus Belles Chansons es fácil abandonarse a las imágenes de una memoria universal, ajena a las limitaciones de la edad o de la condición social. Y eso lo provoca el ingrediente comunitario que destilan las baladas de este parisino con alma armenia, las cuales gozan de un lenguaje propio (capaz de desintegrar los muros de la insensibilidad). Una calidad auditiva que el legendario intérprete tiene previsto ofrecer a sus seguidores durante 2014, en dos esperados conciertos que el cantante dará en el Noki Arena de Tel Aviv (programado para el 15 de marzo) y en el Royal Albert Hall londinense (el 1 de junio).
Más información en http://www.charlesaznavour.com
