André Téchiné investiga el extraño caso de Agnès Le Roux
Pese a los treinta y seis años transcurridos desde su desaparición, el cuerpo de la antigua propietaria del Palais de la Méditerranée sigue en paradero desconocido. El asunto, que aún colea por las rotativas de los medios de comunicación franceses, fue tema de portada durante más de una década en la tierra de Victor Hugo. Una tragedia con fondo de affaire sentimental de por medio, que todavía se halla entre las sombras de los secretos no confesados; y que privó supuestamente de su existencia a una de las herederas más adineradas del país de La Marsellesa.
Estos tristes acontecimientos, que desembocaron en el inconcluso desenlace a nivel público para la joven millonaria, regresan a la actualidad a través de la esperada versión cinematográfica de André Téchiné: punto de vista más personal que analítico, que ha dado origen al emotivo thriller titulado L’homme que l’on aimait trop.
Un triángulo de estrellas
La región de Niza, entre 1976 y 1977, marca el inicio de la trama de este esforzado largometraje, elaborado -con precisión casi de psicólogo de diván y diapasón- por el responsable de Los juncos salvajes y Alice et Martin. Instalado en los lujosos escenarios de la región costera donde tuvieron lugar los hechos reales, el veterano creador de setenta inviernos monta toda una teoría activa en torno a un trío de personajes contradictorios y violentos, hambrientos de sueños irrealizables y caníbales de su propia felicidad.
En ese esquema formal, Agnès aparece como la víctima: una muchacha huérfana de padre, y sometida a los requerimientos egoístas de una madre acostumbrada a los excesos y el despilfarro. La chica es descrita por el guion como una musa sola y perdida, con bienes materiales que desean poseer demasiados financieros con anhelos de establecerse en la atractiva cuna de esta “niña rica”. En medio de las constantes presiones que sufre la protagonista desde todos los frentes, aparece un abogado atractivo y seductor llamado Maurice Agnelet, quien se encarga de dotar a la mujer de la pasión que le faltaba. Sin embargo, el romanticismo que el letrado le entrega no es más que un falso reflejo de los verdaderos intereses del colega torcido de Perry Mason.
Contratado por uno de los emporios implicados en el proceso de compra de las acciones del Palais de la Méditerranée, el individuo ejerce su influencia para que Agnès acceda a poner en venta las participaciones del mencionado casino; precio que queda fijado finalmente en tres millones de francos. La adquisición de tal fortuna supone un caramelo demasiado goloso para un supuesto vividor como Agnelet: razón por la que, después de la desaparición de Le Roux, es considerado el principal sospechoso.
Delaciones, giros sorprendentes, bandazos inesperados, cuentas bancarias en paraísos fiscales… Muchos fueron los ingredientes que se agruparon en el sumario de la búsqueda de ALR, pero nadie pudo determinar si la poderosa heredera había sido verdaderamente asesinada (y eso que en 2007, Maurice Agnelet fue condenado a veinte años de prisión por conspiración en el fallecimiento de la dama).
Las especulaciones sobre este caso con sangre en las esquinas resultaron innumerables, sobre todo a partir del eco cosechado en las más importantes cabeceras de la nación con la bandera tricolor; aunque, lo que parece haber motivado realmente a Téchiné ha sido acercarse a la pisque de las dos Le Roux y del amante de la hija, tres seres capaces de concitar en su interior lo mejor y lo peor del ser humano. Un cuadro enérgico en el que la veinteañera Adèle Haenel (actriz que ahora se encuentra terminando el rodaje de Spiritismes, de Guy Maddin, al lado de gente como Charlotte Rampling, Udo Kier y Geraldine Chaplin) ejerce de anfitriona, en la piel Agnès; mientras que Guillaume Canet (Last Night) y Catherine Deneuve (quien ya había trabajado a las órdenes de Téchiné, en Los ladrones) le dan la réplica, poniendo físico a Agnelet y a Renée Le Roux, respectivamente.
El misterio que unta las escenas de L’homme que l’on aimait trop podría hacer suponer a los extraños que la financiación del proyecto fue como coser y cantar. Pero Europa no es Hollywood; y, a pesar del crédito curricular del autor de La chica del tren, la recaudación del presupuesto fue difícil y espinosa. Financiación necesaria que ha salido adelante gracias a la colaboración de Primer Círculo y Fidelity Films. Toda una hazaña en tiempos de crisis en el Viejo Continente, que ha dado como resultado la materialización de la vigésima obra de un artista tan fogueado y perfeccionista como Mr. André.
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