Series míticas: Espacio 1999
Un fatídico día, en que los habitantes de la base lunar Alpha esperaban los escasos meses que les separaban del siglo XXI, el satélite donde conviven los selenitas se salió de su órbita; y los incautos profesionales destinados en la estación cósmica se vieron obligados a vagar por el universo en busca de un planeta en el que poder establecerse. Así dio comienzo, en 1975, una de las series de ciencia ficción más añoradas de la pequeña pantalla, titulada Espacio: 1999.
El activo y visionario Gerry Anderson y su esposa Sylvia dieron cuerpo financiero a un producto surgido en una época en que las seiscientas veinticinco líneas aceptaban el riesgo, sin importar que el planteamiento y el contenido se adentraran más allá del simple espectáculo. Guiones de hondura inimaginable para la tele actual fueron los que apuntalaron la primera temporada de la obra diseñada por los mismos que pusieron en circulación UFO (1970-71) y El capitán Escarlata (1967-68). No se puede decir que los argumentos de los capítulos iniciales fueran fáciles de comprender; sin embargo, engatusaron a pequeños y mayores frente al aparato mal llamado en ocasiones semejantes la caja tonta. Los fuegos de artificio de talonario dejaban paso a la reflexión; y los personajes hacían lo posible para conjugar acción con diálogos existencialistas que no habrían desentonado en cualquier novela de Isaac Asimov.
Veinticuatro entregas fueron las que los Anderson pusieron en antena con las mencionadas coordenadas creativas. En ellas, se hicieron famosos el explorador comandante John Koenig (Martin Landau), la comprensiva doctora Helena Russell (Barbara Bain), el simpático piloto Alan Carter (Nick Tate), el inteligente doctor Victor Bergman (Barry Morse), la competente experta en informática Sandra (Zienia Merton) y el serio madamás de la seguridad Paul Morrow (Prentis Hancock). Las tramas no pillaron por sorpresa a la pareja protagonista –la formada en ese momento, en la realidad y en el serial, por Landau y Bain-, ya que ambos sabían lo que era meterse en la piel de episodios en los que un argumento convenientemente laberíntico se convertía en el santo y seña de sus respectivas interpretaciones. En concreto, tanto Martin como Barbara se había fogueado previamente en estas lindes en la producción norteamericana Misión: Imposible; por lo que el ingrediente filosófico de la propuesta de Anderson les pareció la mar de atractivo.
Pero, después del primer par de decenas de horas con la sugerencia espiritual calada hasta en los títulos créditos, los responsables de la serie se dieron cuenta de que necesitaban potenciar más el contenido meramente divertido. Y se les ocurrió que ganarían adeptos en cifras cuantiosas con más monstruos de galaxias lejanas, y con tratamientos narrativos que hicieran un mayor hincapié en el misterio y el terror. Así, Gerry, Sylvia y sus colaboradores se sacaron de la manga un grupo de cambios que convirtió a Espacio: 1999 en uno de los programas más vistos de la pequeña pantalla en Reino Unido y en gran parte del mundo. Paul y el doctor Bergman desaparecieron del reparto, y se unieron a él el guaperas y ligón jefe de seguridad Tony Verdeschi (Tony Anholt) y la bella y espectacular extraterrestre del planeta Psychon Maya (Catherine Schell). Anholt ya había demostrado sus dotes para enganchar a la audiencia tras su brillante actuación como Paul Buchet, en la obra también auspiciada por los Anderson Los protectores (1972-74); mientras que la aristócrata húngara Schell lució su parte de metamorfa como si de un guante de seda se tratara. Las dos incorporaciones dieron mayor cancha y efectos especiales a unas temáticas mucho más comerciales, a lo largo de los 24 episodios que compusieron la segunda y última temporada. Aparte, también colmaron las aspiraciones de los espectadores que demandaban revoluciones sentimentales entre el personal de Alpha; ya que Tony y Maya acababan enamorándose, pese a las dificultades derivadas de la unión de un terrícola y una psichoniana.
El rodaje de Espacio: 1999 echó el cerrojo en los estudios Pinewood (Inglaterra) en 1978, con un capítulo en el que los protagonistas no hallaban el ansiado hogar que anhelaban desde 1975. A cambio, los responsables ofrecieron tarde a tarde tesis inolvidables, un cuadro artístico nutrido y de los más floridos de la televisión de todos los tiempos (por la producción pasaron, entre otros, Leo McKern, Christopher Lee, Jill Townsend, Judy Geeson, Ian McShane…), efectos de maquillaje y músicales (las sintonías de Barry Gray y Derek Wadsworth marcaron un ritmo en el que colaboró gente de la talla de Ennio Morricone) que emocionaron hasta el extremo de entrar con fuerza en el ideario colectivo y personajes de los que trascienden de las modas. Pocos de los integrantes del reparto nunca estuvieron tan cerca de la gloria –lo reconozcan o no- como en ese lustro setentero; lo que invita a pensar que -quizás- Koenig, Russell, Maya, Verdeschi, Carter y Sandra finalmente sí llegaron a algún planeta que pudieron llamar casa. Eso sí, seguramente lo abordarían pilotando un eagle.