Alessandro Baricco destripa fantasmas con las luces del alba
“Estas páginas relatan una historia verosímil que, sin embargo, nunca podría suceder en la realidad…”. Con este barro de alfarero comienza la novela Tres veces al amanecer: un texto con espíritu de epístola sobre la existencia, con el que el autor de Seda surca los mares de las relaciones extremas; hilos de Ariadna que entretejen la casualidad, y le otorgan rasgos de seres confusos, difuminados en la atmósfera de sus anhelos (perdidos en la nebulosa de las figuras a contraluz).
Algo menos de un año ha tardado esta fábula humana de Alessandro Baricco (Turín, Italia, 1958) en hablar con soltura la lengua de Cervantes. Y lo ha hecho -en estas fechas navideñas- de la mano de la Editorial Anagrama, como si fuera un cuento de buenas noches con el que animar la ilusión sonámbula de los que esperan a Santa Claus y a Los Reyes Magos, pese a que en el exterior sigan cayendo rayos de desesperanza.
Narración ágil y cautivadora
Si hubiera que asentar el argumento de Tres veces al amanecer sobre una estructura geométrica determinada, ésta sería la de un trucado triángulo levantado a seis bandas: esquinas de cantares de ciego, que protagoniza un grupo de personajes dibujados con el grafito de las tristezas silenciadas, y coloreado con las nostalgias de la imposibilidad.
A lo largo de su carrera, Baricco se ha empeñado con pasión en explicar a sus seguidores y a los críticos que, en sus creaciones, es más importante cómo se dicen las cosas que lo que éstas comunican. De esta manera, las cuartillas almacenadas por su pulso norteño componen una concepción propia del tiempo y el espacio, que –independientemente de su rigor intelectual- intensifica el carácter sensitivo de sus evocaciones.
Dentro de esa concepción extraña y particular de su verbo, no resulta falaz recalcar que la prosa del compatriota de Dante es perfectamente degustable con los ojos cerrados; basta sólo imaginar que las líneas se convierten en mundos surgidos de la blancura del folio, y las sílabas susurran aconteceres eternos sobre héroes y musas.
Eso es lo que expresan las escasas cien páginas que completan Tres veces al amanecer; mural de pigmentos nobles que transcurren a una hora incierta entre la noche y el día, cuando la oscuridad juega al gato y al ratón con la realidad, y los sueños adquieren cuerpo de manzana carnosa.
En ese instante de frías connotaciones, tres hombres y tres mujeres muestran ante el lector la esencia de los affaires hundidos en el fracaso. Un trío secuencial de cortometrajes al que ponen rostro un señor y una dama que se encuentran furtivamente en el vestíbulo de un hotel; un anciano portero de noche y una adolescente; y un chico joven y una policía cercana a la madurez. Divididos por la distancia generacional y el tiempo transcurrido, estos individuos definen un cuadro altamente visual, con lírica de trova contraria a las fronteras entre humanos.
Tal mural de comportamientos masculinos y femeninos lo encuadra Baricco con la firma apócrifa de un ficticio autor anglo-indio, que el turinés identifica como Akash Narayan (el cual apareció por primera vez en Mr. Gwyn, el anterior trabajo del narrador italiano).
Nuevamente, como en anteriores ocasiones, la arbitrariedad en las decisiones de las personas y la velocidad de acción voluntariamente retardada gozan de una presencia determinante en el vaivén de los capítulos, donde la sorpresa se disfraza de margen; y la inventiva toma el papel de los párrafos enfatizados por una voz en off cautivadora y enigmática. Un recurso que debe ser asignatura troncal en la Escuela Holden, que el literato dirige desde los años noventa.
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