William Kentridge triunfa con sus dibujos contra el apartheid
William Kentridge resulta vencedor en el Premio Princesa de Asturias de la Artes de 2017, por la fuerza de su revelador trabajo en contra de la segregación racial que asoló Sudáfrica hasta 1992.
El artista de Johannesburgo ha dedicado su carrera a denunciar las situaciones de injusticia social, normalmente relacionadas con la terrible realidad que padecía la población negra en la tierra de Nelson Mandela.
Dibujos, películas documentales, escenas de arte y estudio, collages, marionetas e instalaciones; el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Artes ha destacado la capacidad dramática adherida a las creaciones multimedia del hijo del abogado Sydney Kentridge.
Un grupo de fotogramas velados llenan la pantalla, mientras alguien manipula las figuras con un mocho en la mano y un pasamontañas sobre el rostro, evidenciando el secretismo.
El currículo de William Kentridge bien podría ser una de esas instantáneas en peligro de ser silenciadas por el pulso del ser humano, constantemente temerosas de las mordazas sistémicas; pero nunca apresadas por el miedo al cambio.
Hijo de uno de los abogados que más apoyó la igualdad de derechos entre la población blanca y la negra en la Sudáfrica de las matanzas policiales, este artista polifacético encontró en el vídeo y el dibujo sus mejores armas, para plantar cara a los poderosos resortes del racismo que dominaban el país de Stephen Biko.
Intelectualmente comprometido desde su niñez, Kentridge ha valorado su legado en función del discurso de justicia rebelde que preconiza, muy en la línea del posicionamiento artístico que se daba en épocas tan florecientes del pasado como la del Renacimiento y el Barroco.
Precisamente, ese trasfondo situacional ha generado numerosas críticas, esbozadas por los que acusan al Arte del sudafricano de no poseer la suficiente contundencia por sí mismo.
Sin embargo, cuando alguien contempla las creaciones de WK parapetado en la libertad de visión, queda clara la capacidad que ejecuta el también actor para sincronizar las ilustraciones con los mensajes propuestos. Algo que otorga una naturaleza enriquecedora a la totalidad de sus piezas, con independencia del formato en que estas se presentan.
WILLIAM KENTRIDGE Y SU TRAYECTORIA
A lo largo de las cuatro décadas por las que se prolonga el curso profesional del compañero de estudios de Dumile Feni, se pueden encontrar rasgos persistentes de un expresionismo casi caricaturesco. Elemento que, en las manos de Kentridge, adquiere el signo trágico de los espíritus en continuo examen de conciencia.
Dentro de esa galería de apetencias singulares, los collages surgidos del caos existencial se superponen a las ciudades en ruinas, las cuales inundan paisajes apocalípticos. Unos cuadros escénicos por los que deambula la humanidad perdida e hipnotizada, carente del peso suficiente como para mantenerse en pie por mucho tiempo.
En el pasado formativo del nuevo Premio Princesa de Asturias de las Artes de 2017, llama la atención el nomadismo de un hombre que se especializó en Ciencias Políticas y Estudios Africanos; y que luego abandonó su trayectoria académica, para seguir la senda del teatro y de los dibujos animados.
Ese apego a las artes escénicas situó las aspiraciones beligerantes de las creaciones de Kentridge en una espiral de dramatismo voluntario, de la que extrajo una peculiar identificación con el sentido primigenio de las pinturas rupestres.
Coherentes en su energía revolucionaria, y en su estado de metamorfosis permanente, las piezas audiovisuales y las animaciones del genio nacido en Johannesburgo reclaman el reconocimiento de la visceralidad.
Justo como suelen demandar los expresionismos enraizados en las batallas en pos de la igualdad.
Nota.- El próximo otoño, William Kentridge será objeto de una amplia retrospectiva en el Museo Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.