Un militar psicópata llega al Teatro María Guerrero
A finales del siglo XIX, los estertores de la sociedad impregnaban de instintos asesinos a los revolucionarios contra el concepto de clase. Las placas tectónicas del tradicionalismo de los privilegios hundían las bases de la antigüedad; preconizando algo distinto, que amenazaba con imponerse en el comportamiento generalizado y existencial de los hombres y mujeres. En esa época de cambio y de asfixia del outsider es en la que tiene lugar la historia de Franz Woyzeck: un soldado sin posibilidades para construir un presente seguro, que sucumbió ante la violencia de un crimen irracional y salvaje. El viaje a los infiernos del militar, que al parecer existió de verdad, formó las frases arrancadas a la pasión irracional de la obra Woyzeck, escrita por el dramaturgo alemán Georg Büchner (1818-1837).
El inmortal texto del pariente del filósofo Ludwig Büchner es el vehículo creativo escogido por Gerardo Vera -según la versión de Juan Mayorga- para asaltar la mente sensible del espectador, a través del más que destacable montaje que el veterano artista (tanto del cine como del teatro) y actual director del Centro Dramático Nacional lleva a cabo sobre los fragmentos surgidos de la esquizofrénica pluma decimonónica de Büchner. Y lo hace en el Teatro María Guerrero de Madrid, hasta el 22 de mayo.
La urbe de Leipzig se tiñe de rojo intenso en Woyzcek a lo largo de una evolución argumental de aproximadamente una hora y media, ideada por el maestro inspirador -entre otros- de Antonin Artaud y Bertolt Brecht. En ella, el protagonista es un ser sin ubicación; quien, lejos de la disciplina castrense, se siente perdido y sin anclajes suficientemente estimables a escala afectiva. La relación malsana que mantiene con una amante de escasa significación amatoria es lo único que le recuerda que es humano. Incluso su trabajo como conejillo de indias de un doctor le lleva a percibirse como alguien ajeno a la implicación divina, que todo vástago del Supremo Hacedor necesita atisbar. No hay horizontes a los que encaminarse en el panorama vivencial de Franz; todo es oscuro, degradante y desesperanzador.
La fuerza de las acciones en las que se ven envueltos todos los personajes que componen el fresco de Büchner ha hecho de este título un puntal reconocido de la literatura germana contemporánea; y eso a pesar de que su conservación se mantuvo a base de fragmentos: pedazos de inmundicia y violencia en las entrañas que han seducido a multitud de artistas, como al compositor Alban Berg cuando convirtió la historia en la ópera Wozzeck.
Vera centra su representación en la psique desquiciada de un cosmos encaminado directamente hacia el caos y la destrucción. Y lo consigue intentando descubrir las claves para comprender al soldado que personifica la evolución dramática del libreto. El responsable de La Celestina no juzga, simplemente contempla la agitación interna que mueve el carácter oprimido de Franz; sometiendo a sus actores al juego de erigirse en maniquíes afectivos de una sociedad que estaba cavando su propia tumba.
El televisivo Javier Gutiérrez (a quien los lectores ubicarán como el chispeante Sátur de Águila Roja, o Josico de Los Serrano) es el encargado de introducirse en el cerebro del barbero -de infausto recuerdo- asociado con el crimen de su querida; un papel que inmortalizó previamente, en 1979, el polaco Klaus Kinski: en el filme La tragedia de Franz Woyzcek, dirigido por el particular Werner Herzog. La transformación de Gutiérrez en un tipo abyecto y dispuesto a explotar su vena más psicótica en cualquier momento está bien guarnecida por un elenco artístico en el que sobresalen los nombres de Lucía Quintana (famosa por sus trabajos en Maitena: Estados alterados y Cuenta atrás) y el veterano Helio Pedregal (El comisario, Herederos, Hable con ella).
Los amantes de la energía escénica tienen una cita particular con esta personificación asalariada del planeta que, unas simples décadas después, se sometió a la mortandad masiva de dos guerras mundiales. Woyzeck es un texto crisálida, un vidente de cuerpos futuros desmembrados en revoluciones carentes de cualquier síntoma de sensiblería, tan deshumanizadas como esenciales en el devenir de la Historia.
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Nota.- Muchas de las fotografías reproducidas tienen el copyright del Centro Dramático Nacional.