Texas repasaron su historia musical en el Palacio de Vistalegre ayer por la noche, alentados por la potente voz de Sharleen Spiteri.
Para aguantar cinco lustros consecutivos en la carretera de las ondas –y hacerlo dignamente- hay que tener muy claro el terreno que se pisa. Y la banda fundada en 1986 en la ciudad de Glasgow conoce a la perfección sus virtudes y sus defectos.
Bajo la máxima de contentar a un público heterogéneo y convenientemente adocenado en el eclecticismo sonoro, Texas aterrizaron ayer en Madrid; con un disco recopilatorio bajo el brazo, compuesto por muchos de los hits que los escoceses han coreado por estadios y plazas desde el lejano 1988.
El Palacio de Vistalegre se vistió de largo para dar la bienvenida a la banda liderada enérgicamente por una juvenil y aeróbica Sharleen Spiteri, que se encargó de animar al respetable flequillo al viento, con continuos diálogos de naturaleza afectiva (y eso que el resto de los componentes del grupo se limitaron simplemente a comparecer).
Sin embargo, la noche de Texas en la capital del reino no comenzó como estaba previsto. Con algo de retraso, y sin teloneros destinados a apaciguar las ansias de los enfervorecidos fans, el asunto arrancó en frío. Pero, en cuanto los británicos saltaron al escenario, las chispas adictivas se encendieron, y la chica de la camiseta de rayas rojas y fondo blanco comenzó a desplegar su seductora voz, de contornos identificados con el soul de raigambre europea.
En esos instantes, el fuego estaba solo caldeado desde el punto de vista musical, debido sobre todo a una parroquia más voluntariosa que potente; aunque la cantante no desperdiciaba la ocasión para tender la mano a los espectadores, con continuas frases en español e improvisadas parrafadas de carácter biográfico.
Bajo este guion extraño transcurrió la primera parte del concierto, hasta que las luces se apagaron y sonaron los acordes a lo película de Wim Wenders de I Don’t Want a Lover. Nada más entonarse la famosa song, el programa adquirió unas tonalidades más acorde con los tipos que lideraron las listas de éxitos no hace tanto, subidos a álbumes tan trabajados como White On Blonde y Ricks Road.
Sharleen estaba más desfogada conforme se sucedían los minutos, y los temas iban cayendo. Letras que tomaron el camino de las épicas ochenteras con el turno de Black Eyed Boy, Say What You Want, Inner Smile y Summer Son (quizá, una de las mejores composiciones del quinteto, elaborada para el disco The Hush).
Poco a poco, Spiteri se dejó querer por sus seguidores, e incluso invitó a un espectador mexicano al tablado, con el pretexto de chalar un poco y obsequiarle con un disco firmado.
Al final, y tras dos horas de dominio absoluto de Sharleen, la cita acabó fundida por una versión en clave femenina del Suspicious Mind, de Elvis Presley: toda una declaración de intenciones fetichistas por parte de un conjunto que nunca ha renunciado a su ADN, y que ha sabido mantener su legado al margen de las dictaduras estilísticas.
Después de la velada, Texas emplazaron a su adulta parroquia para una sesión futura. Tal vez consigan mantenerse en el candelero otros veinticinco tacos; algo que dependerá de si logran seguir pernoctando en las geografías musicales que ellos conocen tan bien: sin excesos de cara a la galería ni extravagancias de relumbrón.