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Rihanna rompe con la algarabía desenfadada de antaño en su nuevo disco: una obra cargada de poemas conceptuales y ritmos de voluntaria contención pirotécnica, que lleva por título Anti (Roc Nation Records/ Westbury Road). La cantante de Barbados muestra su renovada faz a través de los versos de Chloe Mitchell.
La distorsión parece ser la característica que salta a primera vista, nada más acercarse al octavo trabajo en la carrera de Robyn Rihanna Fenty (Saint Michael, 1988). En la portada de Anti, una Rihanna en versión infantil posa con una corona cegando su mirada aceitunada, mientras porta un globo negro sobre fondo rojo y con un texto escrito en braille. La imagen pertenece al artista israelí Nachum, y exhibe sin medias tintas el palo que ahora erige la enérgica intérprete de Monster.
Lejos de las poses multitudinarias y los posicionamientos hedonistas del pasado, la gachí del irregular Unapologetic parece pedir un poco de calma y reflexión en su actualidad profesional: momento casi zen que coincide con la contratación de una nueva compañía discográfica (Roc Nation Records), después de la sonora ruptura con Def Jam en 2014.
Amante de las sorpresas, la confianza de la isleña en sus virtudes creativas la ha llevado a desechar los tres lanzamientos previos a la edición de Anti (y que eran hits señeros que predecían un paraíso de bailes esquizofrénicos), para montar un cancionero con trece paradas de atmósferas sutiles, surcadas por el timbre dictatorial de una diva que aún no ha cumplido ni treinta primaveras.
RIHANNA DEMANDA MÁS CALIDAD
Los juegos dubstep y EDM, que marcaron algunas de las salidas más llamativas de la de Barbados en 2012, han quedado en el baúl de los recuerdos, agotados por el neón con fecha de caducidad; y han sido sustituidos por baladas envolventes muy a lo Beyoncé, con ciertas dosis nostálgicas de Motown postmoderna tamizadas por Diana Ross. Así es como Rihanna quiere que se perciba su nueva obra, con los ojos tapados por una venda made in Cincuenta sombras de Grey, sin elementos ajenos al sentimiento puro de las palabras expresadas por su potente timbre.
En ese tránsito a los escenarios más íntimos, los productores Jeff Bhasker, Boi-Ida, DJ Mustard, Hit-Boy, Brian Kennedy, Timbaland y Nº I. D. han aconsejado a la letrista de FourFiveSeconds tirarse a la piscina de las mezclas seductoras, orquestadas por ejercicios vocales que bien podrían remitir a los de la británica Adele.
Sin ganas de abonarse al estrellato fácil de los gorgoritos millonarios, la colaboradora de Eminem en Dumb marca estilo sincopado al lado de SZA (Consideration), retuerce texturas en James Joint, saca su vena rockera en Kiss Is Better, compite con Drake en rimar con aspereza (Work), luce sus argumentos feministas en Needed Me y comadrea con el pop cromático en Love on the Brain. Compendio de arranques hormonales que enmarcan a Anti en un paisaje frondoso de géneros confluyentes en un r&b marca de la casa; y que la gachí con piel de ébano conoce a la perfección.
Bien por las imágenes de Nachum o por los versos de Chloe Mitchell, la sensación que transmiten los trece cortes de Anti es la de una necesidad de ir más allá de la iconografía glorificadora de los mitos encerrados en papel de celofán. Algo que Rihanna asume con convicción, aunque al final se reserva la puerta entornada de un próximo cambio, con la inclusión de bonus tan enloquecidos y retadores como Pose y Sex with Me.
Al incinerar el último surco de su álbum, Robyn Rihanna Fenty declara a los cuatros vientos que ella es la única que puede construir cartas astrales sobre los giros de su carrera. Ante ese órdago, lo mejor es esperar a futuras entregas…
Rihanna’s Anti diaRY: Room 8
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