O’Neill veranea en El Marquina
Eugene O’Neill es el autor del próximo estreno en el madrileño Teatro Marquina: “El largo viaje del día hacia la noche“. Un montaje dirigido por Juan José Afonso, que iniciará sus representaciones el 4 de septiembre.
Tras el espejo del realismo, cualquier desgracia personal toma aire de tormenta desairada, de tragedia hemorrágica y mortal.
Ya sean los personajes oscuros y autodestructivos de Ibsen o los tipos amargados frente al vacío existencial de Chéjov, las puntadas de este movimiento han sido esgrimidas con el pulso frenético del martirio, eternamente alimentado por el ansia de abrirse camino hasta las entrañas.
Así es como lo entendió Eugene O’Neill: un hombre de espíritu taciturno y familia desestructurada, que construyó su teatro a base de declaraciones confesionales, de enfrentamientos al borde del suicidio, y de frases esculpidas en la fragua de la desesperación.
Dentro de la extensa y premiada producción del dramaturgo estadounidense, quizá la obra que más reflejó esos dardos envenenados hacia la existencia fuera “El largo viaje del día hacia la noche”.
Libreto secuestrado a los abismos de los reclinatorios consanguíneos, que llegará al madrileño Teatro Marquina (Calle Prim, 11) el próximo 4 de septiembre, recreado para la ocasión por el director Juan José Afonso (según la adaptación de Borja Ortiz de Gondra).
O’NEILL Y LOS CONOCIMIENTOS DOLOROSOS
Escrita entre 1940 y 1941 y estrenada en 1956 (tres años después del fallecimiento del writer, víctima del Parkinson), la pieza conforma un cuadro activo de calado autobiográfico, demasiado parecido a las vivencias del autor de “A Electra le sienta bien el luto“.
Al igual de lo que ocurre con la familia Tyrone, el de los O’Neill fue un clan de desgracias insondables y lágrimas de ácido sulfúrico. Dato que salta a la vista nada más acercarse a las notas curriculares del Nobel neoyorquino; y que se torna como una declaración voluntaria de pecados en “El largo viaje del día hacia la noche“, entonados desde la perspectiva de un voyeur protagónico y fantasmal.
En el texto, el espectador se encuentra con cuatro seres emparentados, mientras éstos se hallan en un retiro veraniego algo tenso.
La acción transcurre en un solo día: jornada en la que comparecen la vanidad veleidosa y frustrada del padre (James), la solitaria dependencia a la morfina de la madre (Mary), la rabia almacenada del mayor de los hijos (Jamie) y la enfermedad incurable del menor de los asistentes (Edmund).
Estos individuos, tocados por la varita de la muerte y la incomprensión, son bastante similares a los que poblaron el universo de O’Neill.
Para empezar, el padre del escritor era un actor irlandés un tanto decepcionado con sus logros personales (el cual coincide en profesión y derrumbamiento emocional con el citado James). Por su parte, la madre del dramaturgo era una señora frágil y depresiva llamada Quinlan (perfecto modelo para Mary), que empezó a depender de la morfina tras la muerte de su hijo Edmund.
Unos puntos de similitud afectiva que terminan con el retrato del irascible Jamie, según las connotaciones emocionales marcadas por el alcohólico hermano de O’Neill (de idéntico nombre).
Incluso la localización del argumento (una casa de verano donde se refugian los Tyrone) puede identificarse con el hogar de New London (Connecticut), donde el joven Eugene Gladstone pasó la mayor parte de su infancia.
Probablemente, esas aristas compartidas con el cuaderno de bitácora del varias veces ganador del Premio Pulitzer fueron las causantes de que el responsable de “Deseo bajo los olmos” no deseara fustigar su sensibilidad, asistiendo al estreno de una historia tan vívida como reconocible en su background familiar.
Características que imprimen energía sobrehumana a cada uno de los actos que componen el cuadro escénico: un conjunto de discursos contra la indiferencia, metamorfoseados en cirujanos del realismo.
Estas palabras atronarán en Madrid con la misma fuerza nunca esquilmada por el olvido o el silencio, y que gozarán de la eléctrica dicción aportada por el elenco de Afonso: en el que participan con bayonetas de hemoglobina Mamen Camacho; Juan Díaz; Mario Gas; Alberto Iglesias; y Vicky Peña.
Pocos actores, decorado único y mucho que contar son los vértices de este relato, fundido a veinticuatro horas de plomo candente.
Justo como ya lo llevaron a la pantalla los inolvidables Katharine Hepburn, Sir Ralph Richardson, Jason Robards, Dean Stockwell y Jeanne Barr, orquestados a las órdenes de Sidney Lumet en 1962.
Más información en http://www.teatrosgrupomarquina.es