Milán rinde homenaje museístico al siglo XX
La plaza del Duomo siempre ha tenido un aire marcial en forma de inmueble, ese toque que impuso el nacionalismo totalitarista de Benito Mussolini travestido de arquitectura de imponentes líneas verticales, de alzamiento en el que el dogmatismo intrínseco de su programa político se traslucía en una grandeza conceptual plegada a las lecturas simplistas, carente de escondrijos o sinuosidades. Ese edificio se erigía en el emblemático lugar de manera casi pérfida, intentando amortiguar el poderío espiritual de una de las catedrales más bellas de Europa.
Más de cinco décadas deambulando por la incoherencia de la desubicación contextual y urbanística han sido suficientes para que el ayuntamiento de la milenaria ciudad –una de las que más importancia institucional y turística acredita en la tierra con forma de bota con tacón alto- reparara en la falta de utilidad de tan vetusta construcción. Por eso, el mencionado organismo público ha empleado dinero y trabajo para acondicionar el llamado Palacio del Arengario, con el fin de convertirlo en un museo de arte contemporáneo. Las soflamas a grito limpio y uniforme impoluto de antaño proclamadas por el Duce deben estar dando alaridos, ante unos huéspedes pigmentados que precisamente proclamaban lo contrario de su ideario: libertad de pensamiento e incentivar la creatividad de los visitantes a través de las porosidades de los lienzos, de las curvas indeterminadas de esculturas destinadas a abolir del ser humano el pragmatismo y la ordenación de acuerdo a las leyes estatales.
Inaugurado estos días, el bautizado Museo del Novecento –que dirigirá Marina Pugliese- se muestra ufano con su naturaleza de enorme pinacoteca –tanto por obras como por espacio disponible- del pasado siglo XX, con una cuidada dedicación a preservar y reunir uno de los mayores patrimonios pictóricos del país transalpino. Desde los comienzos de la pasada centuria hasta más allá de los dislocados años de la metafísica tienen cabida en las salas de este centro, que se podrá visitar gratuitamente hasta el próximo 28 de febrero.
Entre las piezas expuestas destacan las futuristas, ese movimiento de ruptura vanguardista -iniciado en 1909, con el manifiesto redactado por Filippo Tommaso Marinetti- que proclamaba la revolución de los pinceles, los plintos y cualquier otro tipo de herramienta artística, en contra del tradicionalismo reinante. Giacomo Balla, Ardengo Soffici o Fortunato Depero son algunos de los creadores que cuelgan sus escenas para demostrar que la plasmación de la rutina diaria y el maquinismo eran capaces de albergar cuadros de hondura plástica de innegable calidad.
Pero el movimiento de Marinetti no es el único que repasa este museo con alma novecentista. Otras expresiones, como La metafísica de Girogio de Chirico o el conocido y marcadamente italiano arte povera, también tienen una destacada presencia en una colección permanente completa y de indudable fuerza histórica.
Aunque entre las obras seleccionadas también se pueden contemplar algunas elaboradas por autores extranjeros, tan influyentes como Georges Braque, Pablo Picasso, Vasily Kandinsky o Henri Matisse. Todo un deleite para la vista, que rivalizará con otras de las innumerables atracciones que ofrece la urbe milanista (y sin hacer referencia al fútbol).