Michel Houellebecq dibuja el ritmo poético de la cotidianeidad
Una sombra de estrella a lo Greta Garbo debe perseguir al escritor de Las partículas elementales, cuando circula con sus bermudas holgadas y sombrero calado por la orografía soleada del almeriense Cabo de Gata. Allí fue donde este hijo vitriólico de la Francia de Ultramar asentó su petate viajero, después de peregrinar por el mundo en busca de un poco de paz. Tal vez, ser uno de los autores más determinantes entre las generaciones del biberón informático le haya pasado factura en temas de celebridad mal digerida, a este señor de verbo conciso y agrietado sentido del humor. De espíritu caótico, y adventista de los desastres que conlleva la rutina de la contemporaneidad, el prosista regresa a la palestra de la actualidad en su formato menos publicitado: el de rapsoda. Poesía es el elegíaco título con el que la Editorial Anagrama (dentro de su colección Panorama de Narrativas) reúne los cuatro grupos versados del natural de Saint-Pierre (Isla de Reunión).
Con la traducción esforzada y emotiva de Altair Díez y Abel H. Pozuelo, este cuaderno de bitácora sobre el desencanto y la desintegración individual -a la par de colectiva- prolonga el arco existencialista de novelas tan emblemáticas como Plataforma y El mundo es un supermercado. Lo que da como resultado una lírica de entramados oscuros y pesimistas, aleccionadores de un universo en el que los herederos del Paraíso ya están demasiado habituados a compartir espacio en el infierno de la realidad.
La diferenciación historicista de El mapa y el territorio había hecho correr la voz entre los corrillos literarios que Houellebecq se había sacudido su polvo estigmático del hermano Baudelaire; y había estigmatizado su uniforme de creador con las esperanzas de un pretérito que anunciaba ecos de domesticación adulta. Sin embargo, estos poemarios enlazados alumbran, con focos de incienso, la faz de un artista del dolor constante, que no puede frenar su descenso a la perdición; al suicidio energético que supone la aceptación, sin más, de las alienantes fórmulas de una sociedad carente de alternativas válidas de cambio.
La crisálida esta vez no se metamorfosea en mariposa, sino que se queda escondida entre las hojas carcomidas de su desencanto, de su incapacidad para desplegar las alas, de su amor de opiáceos contornos hacia las palabras asfixiantes y rotundas de maestros de la pluma recia como Albert Camus, Louis-Ferdinand Céline y el Marqués de Sade.
La pasión tiene en Michel Houellebecq un pijama de aparente cotidianeidad, que se resquebraja frente a las tijeras visuales de una lírica implacable y tragicómica; siempre afilada con la piedra de la normalidad, del dogmatismo manipulador, de la caducidad temporal de los cuerpos y las almas, de la incongruencia de unos convencionalismos que se tornan en cinturones de castidad adheridos a la genética de los instintos.
Como los grandes poetas de la Francia decimonónica, la de los esmaltes transfigurados por el sufrimiento y el apego al cementerio, el cerebro de Plataforma y Ampliación del campo de batalla transita con cierta soltura por las fronteras peligrosas del verso libre y el rimado; para acabar durmiendo placenteramente en soliloquios que recuerdan más a prosa maquillada que a sentimiento de ripio militante.
Todo esto revela la hondura de una obra que no necesita el sol de los alardes de hipérboles sulfurosas, para esparcir el veneno que escupe a los cuatro vientos a través de sus páginas: renglones de acero mellado y pulido (depende de la composición) que se presentan ante la retina del lector como descripciones carnavalescas de lo absurdo que resulta la civilización, el planeta y cualquier signo medianamente coherente de pertenencia a algo o a alguien.
No obstante, en algunos episodios de esta poética mucho menos maldita que la de otros antecesores, se observa también una determinada concesión al placer controlado por la depresión. Lo que supone un rayo de luz que persiste pese a los nubarrones generales con los que suele pintar sus paisajes siempre fantasmales Michel Thomas (más conocido por Houellebecq).
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