Mary Shelley y la pandemia
La editorial Akal recupera "El último hombre": un lúcido texto de talante pesimista, donde la autora de "Frankenstein" imagina un mundo desolado por una temible plaga.
Mary Shelley era una mujer sin esperanzas en 1826, y eso que únicamente contaba con veintinueve años de edad.
Para entonces, tres de sus hijos habían fallecido; al igual que su amado esposo (el poeta romántico Percy Bysshe Shelley) y su gran amigo Lord Byron. Tan solo le quedaba el refugio de la literatura, y las dificultades de las escritoras para ser consideradas por los editores de esa centuria hacían que esta actividad tampoco garantizara los merecidos reconocimientos y honores, a la hija de Mary Wollstonecraft y William Godwin.
Semejante situación, tan paupérrima desde el punto de vista sentimental y creativo, animó a Mary Shelley a imaginar un mundo devastado, donde la raza humana se asomara al abismo de la extinción; todo por culpa de una pandemia mortal, que bien podría haber detentado el nombre de coronavirus.
El citado texto llevó por título El último hombre, y estos días acude a las librerías traducido al español por Lucía Márquez de la Plata, de la mano de Akal Clásicos de la Literatura, y con un cuidado prólogo del filólogo Antonio Andrés Ballesteros González.
Mucho menos sombría que La peste, de Albert Camus, y bastante más acomodada en las tradiciones británicas que 1984, de George Orwell; El último hombre es una novela disfrazada de diario personal y cuaderno de viajes, en la que un individuo expulsado de la nobleza describe la progresiva desaparición de los homínidos, mientras apura los tímidos accesos de felicidad compartida que aún le quedan por experimentar.
Pese a que en 1826 los círculos intelectuales tacharon a la obra de falsa y poco recomendable; los lustros transcurridos desde su aparición la han convertido en un clásico lúcido y estimulante, casi visionario.
Fue en los años sesenta del pasado siglo XX, cuando esta especie de Utopía de Thomas More ambientada a finales del siglo XXI alcanzó los honores que reclamaba desde sus inicios, por la valentía que suponía abrir el camino al subgénero de las distopías: tan de moda en la época actual, y en la literatura de ciencia ficción.
MARY SHELLEY VISIONÓ UNA REALIDAD INSOPORTABLE
La acción de El último hombre se sitúa en la última década del tercer milenio. En ese incierto escenario, Inglaterra subsiste a duras penas, sumida en las corruptelas políticas, y dinamitada por una monarquía que ya no puede evitar su definitivo derrumbe popular.
Dentro de tal decorado fantasmagórico, Lionel Verney es un protagonista caracterizado por la desesperanza; el cual observa cómo toda existencia se acerca a su aniquilación universal, por culpa de un extraño virus que masacra a los hombres, mujeres y niños que encuentra a su paso.
Junto con las cosas cotidianas, Lionel asiste también a la muerte de las ideologías que una vez en el pasado consideró válidas, para salvar a la raza humana de la absoluta degradación ética y moral.
A caballo entre Gran Bretaña, Italia, Grecia y Suiza; El último hombre se erige como un declarado homenaje a Percy Shelley y a Lord Byron; a los que Mary identifica con los personajes de Adrian y Lord Raymond, respectivamente. Mientras que ella se reserva la parte de Lionel Verney: la voz de tonos crepusculares que monotoriza el discurso central del texto, en el que describe el derrumbe de los sueños de antaño, como el de la república y el de la revolución de las clases más desfavorecidas.
Al final, la imagen de Verney andando por las aisladas montañas alpinas o por los paisajes de Rávena se antojan como sacados de una realidad demasiado creíble, tangible como un noticiario de televisión o una portada de periódico, en estas jornadas presididas por la trágica tiranía de la COVID-19.
Más información en