La veterana actriz Julieta Serrano es una de las protagonistas del montaje Éramos tres hermanas (Variaciones sobre Chéjov), que se representa del 27 de marzo al 25 de abril en el Teatro de La Abadía de Madrid.
Tiempo y constancia de las transformaciones, siempre en un universo continuo, sin cambios especialmente significativos, salvo para la propia existencia. El teatro de Antón Chéjov es una fábrica de sueños mutilados por la realidad, de esperanzas sepultadas bajo toneladas de razonamientos sociales.
La Rusia de finales del siglo XIX que aparece en los textos del dramaturgo de Tío Vania es como un camposanto de autómatas que hablan y se estremecen, lloran y ríen, imaginan y despiertan. Conjuntos pletóricos de marionetas voluntarias e inconscientes que bailan la danza macabra de la vida, carentes del más mínimo comodín.
En esa fiesta de máscaras de papel, las hermanas Prózorov (Olga, Masha e Irina) materializaron distintos posicionamientos ante el futuro anhelado, sollozos de fantasías y pompas de jabón que se quedan en nada al caer el telón, como las ilusiones suicidas de los funambulistas de la tristeza.
Ciento trece años después del estreno original, ocurrido el 31 de enero de 1901 en el Teatro del Arte de Moscú, La Abadía recurre a Las tres hermanas para refrescar el devenir familiar de esas mujeres hechas de hebras borrosas, y con caparazón de tragedias cotidianas.
JULIETA SERRANO TOMA EL TESTIGO DE JOAN PLOWRIGHT
Éramos tres hermanas (Variaciones sobre Chéjov) es el título escogido por el escritor José Sanchis Sinisterra para recrear el cosmos del autor de La gaviota.
Una apuesta en la que el centro neurálgico se halla en la contundencia de los monólogos diseñados por el creador ruso, técnica que don Antón perfeccionó hasta límites insospechados, y que prendió inspiradores trazos en gran parte de los narradores posteriores, como en el caso de James Joyce.
Con sólo tres personajes sobre el escenario, la pieza adquiere atmósfera de caverna espectral en las manos de Sinisterra, lugar de almas en pena que traduce con mirada de halcón el experto escenógrafo Carles Alfaro (El arte de la comedia).
A modo de fantasmas recortados sobre el fondo oscuro de sus deseos, Olga; Masha e Irina se presentan ante el público asistente sin potingues en el ánima, con el esqueleto a tumba abierta y las vísceras de sus sueños bamboleando sangre derramada.
Un camino de piedras en el sendero de las emociones que Julieta Serrano (Olga), Mariana Cordero (Masha) y Mamen García (Irina) transitan con la soltura de las heroínas sacrificadas, tal cual lo hicieron con anterioridad damas de las bambalinas como Joan Plowright.
SIN TRANSFORMACIONES EN EL ARGUMENTO
Pese a las actualizaciones esgrimidas por Sinisterra, y destinadas a elevar el discurso de Chéjov por encima de su época; el tema de Éramos tres hermanas sigue pivotando en torno a un trío de féminas emparentadas, que espera con fuegos libertarios el final del duelo por la muerte de su padre.
Olga, la mayor, es una mujer con arrugas de amores no consumados, la cual aún tiende la mano a un sentimiento pasional que nunca ha conocido, ni conocerá. Por su parte, Masha es la esposa de un maestro sin ambiciones, al que considera más un lastre que otra cosa. Cerrando el triángulo está la última en discordia, Irina: la más joven e inocente, aparte de la única con mínimo hálito de salvación.
Encerradas en su hacienda de la Rusia profunda, la de estepas hasta las costillas y las extensiones áridas, las Prózorov se reúnen en La Abadía (Calle Fernández de los Ríos, 42) con el estilete de sus heridas sulfúricas, sin personajes ajenos que puedan amortiguar su discurso.
Una letanía centenaria por la que no pasa el tiempo, y a la que la inmutabilidad la convierte en faz grotesca de una humanidad eternamente perdida, peregrina en esos campos eslavos donde todo queda en silencio…
Más información, entradas y horarios en http://www.teatroabadia.com