Julian Barnes y la profesora
El autor británico de "El loro de Flaubert" regresa a la actualidad literaria con "Elizabeth Finch" (Editorial Anagrama): un sensible libro de atmósferas envolventes y espacios profundos, en el que el escritor nacido en Leicester establece una historia de amor admirativo, incapaz de marchitarse con el transcurso del tiempo.
Julian Barnes ha desarrollado un currículo literario de sensaciones cambiantes, alumbrado por los estados de ánimo que descubren sus narraciones vaporosas, como surgidas de una mente dada a las extensiones novelescas en continua expansión. Con independencia de si se trata de exponer el abismo posterior al Brexit (Inglaterra, Inglaterra) o la improbable relación amistosa del autor de Sherlock Holmes y el anónimo hijo de un vicario (Arthur & George), el creador inglés despliega una figurada cometa de emociones, sujeta por los hilos de su capacidad para desvelar las preocupaciones y vulnerabilidades de un conjunto de personajes engañados por sus respectivas existencias (siempre falseadas en sus propósitos, y tintadas de desafecto espinoso e inevitable).
Elizabeth Finch (Editorial Anagrama), el último texto pergeñado por la pluma de este amante de los diálogos voluntariamente somnolientos y las descripciones debidamente emulsivas sigue las pautas marcadas por los anteriores títulos de Julian Barnes, centradas en su obsesión por alcanzar la parte menos visible de los protagonistas que materializan la acción de sus obras, tan introspectivas como privadas.
En el caso de Elizabeth Finch, la novela propone a los lectores un intenso viaje al pasado, en el que un hombre se acerca a la inaprensible figura de su profesora favorita en la infancia, fallecida en el momento en que arranca la acción. Una travesía perfumada con el irresistible aroma de los amores nunca consumados, y que se revela con inusitada fuerza a través de los escritos confesionales de la Sra. Finch.
“Se plantó frente a nosotros, sin apuntes, libros ni nervios. El atril lo ocupó su bolso. Echó un vistazo alrededor, sonrió en silencio, y comentó (…)“. Así empieza Elizabeth Finch, como si todos asistieran a la clase de esta maestra dada a las ideas sinuosas, mientras llegaba al corazón de sus pupilos con su facilidad para enlazar pensamientos y teorías.
JULIAN BARNES SE REFUGIA EN LOS RECUERDOS, PARA ORIGINAR UN AURA DE NOSTALGIA CONSTANTE
La muerte y al amor recuperado, la inspiración soterrada por las pesadillas de la realidad, los retratos materializados con las pinceladas imprecisas de modelos deformados por los sentimientos… Los temas que Julian Barnes recoge en Elizabeth Finch constituyen un compendio de sufrimientos eternos, que amenazan con destruir la inexistente tranquilidad del protagonista y de su entorno más inmediato.
La novela, pese a situar sus primeros párrafos en un aula plagada de sueños anhelantes, adquiere su peso específico en un presente desolador, con un individuo de mediana edad (el narrador) que intenta huir de sus fracasos personales y profesionales; y lo logra a medias a través de la evocación de la profesora con la que congenió hace bastantes décadas, y a la que dota de la apariencia de una diosa infalible de la sabiduría.
Enigmática y misteriosa, la Sra. Finch se presenta como un fantasma de gustos y preferencias singulares. Y tras ese disfraz enriquecedor, el protagonista se hace eco de las peculiares impresiones de la maestra, unos circunloquios opinativos que expresan ideas como la de que el imperio romano se malogró tras la asunción del monoteísmo cristiano, al tiempo que concibe al emperador Juliano el Apóstata como un héroe de pureza intachable.
Tal dama de discursos tan peculiares es el objeto de la biografía que intenta escribir su antiguo pupilo, y que se nutre de las conversaciones mantenidas entre los dos, junto con los testimonios del hermano de la maestra y los escritos que esta dejó al protagonista.
Entre la realidad y el sueño, las concepciones de esta mujer esforzada en mantener su visión de la historia antigua, interiorizado por sus lecturas e investigaciones, son las que llenan las páginas de Elizabeth Finch, cono si fueran el reflejo de la zozobra de un mundo y una sociedad (la occidental) lastrada por sus desaciertos electivos.
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