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Hubo un tiempo en el que los hombres y las mujeres entregaban al Señor sus virtudes más destacadas en las diferentes artes. Bajo esta tesis, de regalo voluntario con el Supremo Hacedor como destinatario, se construyeron catedrales de belleza luminosa, lienzos de pigmentos litúrgicos y estatuas de materia espiritual y ensoñadora; normalmente adornadas con el anonimato de los creadores. Tal sentido de desprendimiento absoluto, de identificación de las limitaciones del cuerpo humano con las aptitudes concedidas a instancias de presencias sobrenaturales, es el hilo simbólico que entrelaza las tres piezas que componen el espectáculo titulado Una noche con Jirí Kylián: trabajo de piruetas sorprendentes y rondós de emocionantes notas, que estará alojado en el madrileño Teatro de la Zarzuela del 16 al 27 de junio.
El desembarco del maestro de origen checo, procedente adoptivamente de Holanda, exhibe su versatilidad mediante un experimento de música y dramaturgia, diseñado por un tríptico en el que el protagonismo corre a cargo de genios como Mozart (Petite Mort) e Igor Stravinsky (Sinfonía de los Salmos); sin olvidar la contundencia onírica de Sleepless (obra generada por el coreógrafo alumbrado en Praga hace sesenta y cinco años). Este estudiado programa de mano irrumpe en la escena como un circo de influencias eclécticas, de la pintura a las virutas orquestales, de la arquitectura a las nociones matemáticas de geometrías desnudas y desmitificadoras.
Para empezar con el activo mural tripartito, Kylián regresa a un ballet con el que celebró el segundo centenario del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart en el Festival de Salzburgo. Petite Mort es como un viaje a la tristeza existencial, con la simple armadura de los músculos y la anatomía. Los fragmentos interpretados con un sensitivo piano dan origen a un relato audiovisual, con el desmembramiento como tema central; hecho de salvajismo inherente en el que las heridas de matadero responden a cuestiones tan vitales como la agresión, la sexualidad, la energía, el silencio, la insensatez y la vulnerabilidad. Por todas estas emociones candentes brincan y se contorsionan la docena de hombres y mujeres (seis de cada) que comparecen ante el público, ataviados con sus respetivos floretes, que hacen la función de rebelión lacerante, en similar sintonía a las acometidas de esa petite mort que el artista llega a ensamblar con las esencias de un acto amoroso.
Después de esta apuesta visceral y vibrante, el director del Nederlands Dans Theatre acomete una de las joyas de su repertorio desde finales de los setenta: La Sinfonía de los Salmos, de Igor Stravinsky. El compositor eslavo nunca dejó instrucciones respecto a que su melodía fuera representada por una compañía de baile; algo que no desanimó a Kylián, sino todo lo contrario. Tan impactante fueron las visiones coreográficas del checo, que en 1978 consiguió el Olivier Award por su trabajo. El tiempo transcurrido ha convertido a esta perspectiva desconocida de la música de Stravinsky en un medio para atisbar una nueva dimensión de las palabras de cuerda, viento y percusión producidas por don Igor. El lamento alargado que transmite la pieza hace que los miembros del ballet se crezcan en sus interpretaciones, como si de un solo cuerpo se tratara: un núcleo de venas y palpitaciones en constante movimiento, siempre envuelto en las tristezas generacionales y la frustración que trae consigo la consigna de que la humanidad es imperfecta y prescindible en sus individualidades. El escenario desnudo (salvo por una serie de tapices), frío y anguloso contribuye a que la asfixia, no sin ironía implícita, subsista hasta la caída del telón. Aunque también apuntala la teoría de que en el duelo por la salvación del ánima es posible ganarle la batalla incluso al materialismo reinante.
Para acabar con la noche de danza, Jirí Kylián explora las imágenes y los movimientos que residen en los sueños y las pesadillas. Sleepless es eso, un texto sinfónico en el que confluyen los pentagramas de Dirk Haubrich y las inspiraciones de Mozart (Adagio y rondó en do menor KV617); flecos de irresistibles sonidos a los que el checo dota de cuadros en movimiento, asociados con la búsqueda de universos figurados e imaginativos albergados en genios de la paleta como Lucio Fontana. “Crear esta obra ha sido un reto y algo gratificante a partes iguales, tanto para mí como para los bailarines; básicamente por el simple hecho de que enseñar y aprender son las dos caras de la misma moneda”, explica a la página web del Teatro de la Zarzuela el propio Kylián.
El simbolismo, teñido de fisicidad y paraísos conscientemente larvados, consigue que la jornada de danza propuesta por el coliseo madrileño subyazca más allá de los tutús y las mallas; metamorfoseándose en un vehículo casi religioso, con el que acercarse a esa divinidad tan abstracta como figurativa, tan lejana como colindante; como si existiera un coro celestial que entonara lo de “Alabad al Señor/ Alabadle con el sonido de las trompetas/ Alabadle con salmos y con arpa/ Alabadle con timbales/ Y con ballet…”
Más información, horarios y entradas en http://www.cndanza.mcu.es
