Samantha Harvey es una sutil cronista de soledades enhebradas, impresas en el tupido lienzo de humanidades tendentes a la desintegración y a la levedad.
La narradora británica ha elaborado con imaginación y poso filosófico una trayectoria literaria repleta de historias tintadas con un sinfín de desilusiones susurradas a los lectores, en las que el pensamiento se impone a las acciones aceleradas, y donde las reflexiones generadas por la calma funcionan como motores existenciales de trascendencia redentora. En definitiva, un puñado de vidas anónimas protagonizadas por individuos entre luces y sombras, y alumbradas por una prosa sensible y llena de matices sorpresivos.
Orbital (Editorial Anagrama) es la última obra de la responsable de Un malestar indefinido que llega al mercado español, un trabajo con el que Harvey se alzó con el premio Booker en 2024. En esta novela de ámbito espacial, la creadora nacida en Kent viaja con seis astronautas a una estación internacional, todos inundados por la oscuridad de un universo amenazante y en continua expansión, mientras el planeta azul se planta cegador ante los sueños e incertidumbres de los navegantes de distintas nacionalidades.
Las pesadillas y las obsesiones de Pietro, Chie, Shaun, Nell, Roman y Anton conforman el potencial humano de un libro de contornos vaporosos, el cual pretende desplegar un cuestionario existencial de enorme relevancia psicológica, como si el figurado diván colectivo se perdiera en medio de una gravedad inexistente, y las confesiones acabaran ahogadas por el torrente de silencio inalterable que estrangula las emociones a pie de laboratorio.
En la infinitud galáctica, los problemas triviales de las existencias cotidianas parecen como gotas de agua en mitad de un océano de quietud aterradora, donde el tiempo y la rapidez no tienen un sentido preciso. Allí es posible pensar con claridad sobre los errores comunes, y mejorar la visión de conjunto desde un posicionamiento privilegiado, tan ausente como divino.
“La Vía Láctea es un reguero humeante de pólvora esparcido sobre un cielo raso“. Semejantes palabras de Samantha Harvey sirven de ejemplo para testar la inspiración audiovisual de un texto que reproduce los paisajes imaginados como si existiera un lienzo de paletas cambiantes, camufladas bajo pigmentos que estimulan e hipnotizan los sentidos.
SAMANTHA HARVEY UTILIZA EL CONTEXTO DE UNA MISIÓN ESPACIAL PARA PLANTEAR PROFUNDAS CUESTIONES SOBRE EL ESTADO DE LA HUMANIDAD
A través de la distancia a la que se encuentran los astronautas de Orbital es posible tener sueños contradictorios, acerca de los miedos que atenazan a los terrícolas. Una red de laberintos cognitivos que vierte sus múltiples teorías sobre las incertidumbres compartidas por los seis habitantes de la Estación Espacial Internacional.
Dentro del cuadro profesional propuesto por Samantha Harvey hay un experto en microbios (Pietro), una cultivadora de cristales de proteínas (Chie), un amante de la innovación botánica (Shaun), un científico avezado (Nell) y dos encargados del mantenimiento de las condiciones vivenciales en la estación (Roman y Anton): un grupo de selectos aventureros, que descubren la soledad insondable en un lugar tan imprevisible, ajeno a las dimensiones perceptibles y medibles.
Ciento ochenta días, repartidos a lo largo de seis meses, conforman el curso temporal de los hechos que recoge la novela de Harvey: un período de vigilia afectiva, en el que los personajes se funden en una especie de éxtasis contemplativo.
La ciencia ficción de Orbital parece materializar sus flecos temáticos a través de una ligera inspiración en las vicisitudes cíclicas de 2001, una odisea en el espacio y en los temores irreparables y nostálgicos de Solaris. Con ello, la autora británica diseña un impactante tour de inmovilidad pacífica, siempre dando vueltas en torno a un planeta tan abstracto y disgregado como la Tierra; sustentado sobre una violencia programática, que pierde constancia frente a los misterios del universo.
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