Hervé Télémaque embruja El Pompidou
Hervé Télémaque despliega su misticismo visual a través de las salas del Centro Pompidou de París. Una travesía hacia el corazón de la creatividad, que vende billetes de ida hasta el próximo 18 de mayo.
Cuando las sirenas cantan, los pinceles hunden sus hebras en la hipnosis de la efervescencia.
Dentro de esos abismos de color, es posible dialogar con las claves del Expresionismo, juguetear con el impacto publicitario del Pop Art o abandonarse a los sueños poliédricos del Surrealismo crepuscular.
Lo único que hay que evitar es abandonar el barco-lienzo, y caerse en los abismos líquidos de los mares de la sinrazón.
Hervé Télémaque (Puerto Príncipe, Haití, 1937) se agarró con la fuerza de los titanes cuando surcó las geografías mitológicas de las sirenas. Y de su odisea por el terror asfixiante surgió una obra cargada de sensualidad atrayente, nunca definida por las limitaciones plásticas propias de formatos de hierro y estilos generacionales.
Residente en París desde hace décadas, el pintor y escultor se hace gigante de acero a través de la extensa retrospectiva que El Centro Pompidou de la urbe del Sena le dedica hasta el próximo 18 de mayo. Un lapso de tiempo, en el que las telas hablan con los idiomas universales de los espíritus abiertos.
HERVÉ TÉLÉMAQUE Y SUS SALTOS EN EL TIEMPO
Entrar en la planta en que se aposentan los trabajos del alumno aventajado de Julian Levi es como hacerlo en un salón recreativo de tonalidades cambiantes, un campo de lúdicas transparencias donde conviven con soltura muchas de las inspiraciones impulsoras del pasado siglo XX.
El arte de Télémaque es vivo y fresco hasta en los blancos, nunca neutros o gratuitos. Acordes de pasión desbocada, con la que el haitiano desarrolla una figuración narrativa capaz de desarmar los monólogos, para interactuar con el espectador mediante impresiones ansiosas por tomar la palabra.
Dentro de las esencias creativas de HT se pueden localizar guiños a las estructuras monumentales de William de Kooning, flirteos a las secuencias imposibles de Wilfredo Lam, declaraciones a las naturalezas doloridas de Arshide Gorki, y epístolas candentes dirigidas a las sátiras demoledoras de Marcel Duchamp. El gusto del isleño es como una esponja, hambriento de introspección en las entrañas de la pintura desde que era un joven con ansias de huir de la dictadura de François Duvalier.
A base de acrílicos, acuarelas, collages, pegamentos, materiales poderosos y rotuladores con minas de humanismo, las obras que expone El Centro Pompidou dan fe de los avances visuales de un individuo empeñado en localizar su propio lenguaje: permeable a múltiples influencias, y único en su dicción y código fonético.
Un universo donde Alicia se sentiría como una princesa recién salida de The Factory; Peter Pan se lo pasaría en grande con las gafas ideadas a partir de los hilos conductores de Robert Rauschenberg; y en el que Tintín hallaría elementos comunes a sus tebeos, con los mecanismos activos que Télémaque dirige hacia las viñetas de Hergé.
Puede que el currículo del artista de Puerto Príncipe hubiera sido diferente en caso de no abrir sus pabellones auditivos a los cantos de las sirenas. Pero el influjo de las mujeres marinas entró en su cerebro para quedarse, y dio alas a la febrilidad de sus manos…
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