Goya recuerda su pasado lúdico en El Prado
Goya en Madrid es el título de la exposición que El Museo del Prado presenta del 28 de noviembre al 3 de mayo de 2015. Una muestra comisariada por Manuela Mena y Gudrun Maurer, que reúne los cartones del maestro de Fuendetodos.
Hubo un tiempo en que Madrid inhalaba ansias de Ilustración.
A finales del siglo XVIII, la Villa y Corte maquillaba su faz de callejones oscuros y floretes desenvainados con los verdores de praderas rococó, salones versallescos y jardines de galanteos lumínicos.
Un universo de pastel cromático y espátulas neoclásicas, en el que Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, 1746- Burdeos, 1828) encajó sin problemas ni restricciones; cual mano aristocrática en las profundidades de un guante aterciopelado.
El artista de “La maja desnuda” (también de su versión vestida) llegó a la capital en 1775; y triunfó en los regios palacios de Carlos III merced a su estilo sin complejos, animado por su capacidad para reflejar la vitalidad costumbrista de la ciudad. Trayectoria en pos de la gloria que granjeó al maño el nombramiento de pintor del rey, en 1786 (aparte de compartir con Mariano Salvador Maello el honor de ser primer pintor de cámara, en 1799).
Por los pinceles del Miguel Ángel de San Antonio de la Florida pasaron momentos de caza, juegos inocentes entre jóvenes hedonistas, picardías infantiles, mitologías soñadas y bailes de etiqueta y sonrojo en los abanicos. Unos motivos plásticos que quedaron impresos en sus cartones y tapices; los cuales componen el grueso de la exposición “Goya en Madrid“.
GOYA TRAS LA PISTA DEL DESENFRENO
Perfectas en su aparente frivolidad filosófica, las obras cortesanas del maestro de “Los caprichos” cuelgan en las salas de su casa habitual (El Museo del Prado) del 28 de noviembre al 3 de mayo de 2015, para mostrar al público la grandeza de un periodo un tanto deslucido por la contundencia sobrehumana de sus series más trágicas.
No obstante, es justo valorar que la España de la juventud de don Francisco no era el fantasma con candiles ensangrentados que el creador aragonés experimentó al calor de la invasión napoleónica, sino un país envuelto en una vorágine por alcanzar los cielos de la distinción artística.
La monarquía de los Borbones, desembarcada en la tierra de Isabel y Fernando con el inicio del mandato de Felipe V, había tomado el mando de una nación preocupada por encontrar la belleza en los diferentes órdenes. Un propósito en el que tuvo mucho que ver la genética italiana de Carlos III.
En esa época, las academias repartían galones de profesionalidad; y el mecenazgo de la Corona propiciaba una existencia más o menos interesada para los arquitectos, escultores y pintores que conseguían llamar la atención. Y Goya fue uno de ellos.
Casado con la hermana de Francisco Bayeu, el retratista de Carlos IV fue invitado a Madrid después de erigirse en Zaragoza como uno de los creadores más relevantes en los vaivenes crepusculares del siglo XVIII. Unas credenciales que el de Fuendetodos hizo valer para asombrar a los propios y extraños con su excepcional y completo trabajo.
Sin limitaciones por técnica o temática, FdeG convirtió la urbe del Manzanares en su inmenso taller, para buscar entre los habitantes de la localidad los argumentos con los que vestir sus escenas y divertimentos. Un costumbrismo con alma de crónica social en el que los colores cegadores y luminosos exhibían con emoción las paradojas de tradiciones milenarias.
En los tapices de Goya hay rastros de los abismos psicológicos de Velázquez, puntadas de las figuraciones ancestrales de Anton Raphael Megs y bordados sacados de las contorsiones paisajísticas de los venecianos. Toda una alegoría visual con aroma a sainete, que el autor de “Los fusilamientos de La Moncloa” imaginó con su paleta de visiones ostentosas.
Viajar por la exposición del Museo del Prado es como hacerlo por un tiempo de tregua antes del asentamiento del Apocalipsis decimonónico, cuando don Francisco acabó poseído por las fuerzas oscuras de la negrura del entorno. Bajada a los infiernos de las matanzas y de los demonios pesadillescos que desgarraron la pretérita y soñada Piel de Toro.
Pero esa es otra historia: un relato muy diferente, aunque evolutivo…
Más información, entradas y horarios en http://www.museodelprado.es