La genética es una ciencia con recuerdos sanguíneos, mientras que el ser humano posee el pretérito que el azar y el destino desean asignarle. Por culpa de ello, Tebas se quedó con las cuencas vacías cuando su rey (el desconsolado Edipo) se arrancó los ojos de raíz, al enterarse de que su esposa Yocasta era realmente su madre. Sófocles otorgó piel de mártir amargado al monarca dolorido, una voz desgañitada en pos de explicar quién maneja los hilos del devenir existencial. Revolución del cuerpo y del alma que también tocó de lleno el dramaturgo nórdico Henrik Ibsen, en su obra Pato salvaje: una historia descarnada sobre un ingenuo héroe, que descubre con el paso del tiempo sus auténticos y humildes orígenes.
Pero no hay que retrotraerse a la literatura de antaño, ni a las geografías más o menos cercanas a las extensiones españolas, para localizar el daño que puede ocasionar alejar a un bebé del seno de su familia biológica. Sobre esa tesis es en la que se sustenta la acción de Una vida robada, un libreto con carne de denuncia reflexiva, que toma las estancias del Teatro Fernán Gómez de Madrid (Centro Cultural de la Villa) desde mañana 11 de enero (y que permanecerá, escondido tras la cascada artificial de la Plaza de Colón, hasta el próximo 2 de marzo de 2014).
La actualidad mediática a examen de escenario
Cual cronista habilitado para despertar estados de opinión, el autor Antonio Muñoz de Mesa interpreta con vestigios de mitología clásica el asunto de los niños robados, lacra escandalosa que fue práctica demasiado habitual en la Piel de Toro durante cerca de tres décadas. Con el único ánimo del enriquecimiento a costa de la amargura de los padres y de los hijos, gran número de los recién nacidos en el país de Cervantes fueron sustraídos de su clan natural, para ser entregados a unos hogares que no eran los suyos (casas de insana construcción, donde los secretos conformaron paredes candentes que anularon la conciencia de los inocentes criados en el engaño).
Bajo esa perspectiva desalentadora, Una vida robada comienza cuando una mujer, llamada Luz (Ruth Gabriel), irrumpe en la residencia del doctor Nieto (Carlos Álvarez-Novoa); un reputado profesional de la medicina, que en los arcones de su habitación de Barbazul guarda pecados de infernales consecuencias. Encerrado allí, y ajeno a la realidad, un muchacho bautizado como Julio (Liberto Rabal) pasa sus días, protegido en exceso por Olvido (Asunción Balaguer): la celosa guardiana de los misterios de Nieto.
Montada a través de giros sorpresivos y diálogos apasionados (tan desconcertantes y nervudos como desmembrados), la pieza de Muñoz de Mesa cobra aires de testimonio coherente y reconocible, a través del trabajo del joven director Julián Fuentes Reta. El imaginativo escenógrafo resuelve otorgar a los cuatro personajes el absoluto protagonismo, en una trama donde lo que cuenta es este grupo de seres profundos y complicados; cuyas pesadillas les impiden el descanso, y a los que les persigue un pasado que amenaza con triturar su cáscara humana.
Saber quién es uno, o acercarse a ello, es algo esencial que suele reclamar cualquier hombre o mujer en algún momento de su arco existencial. Una incógnita insondable que llevó a Hamlet a colgar los hábitos de su propia locura vengativa, y a Segismundo a preguntar insistentemente si la vida es sueño. Esto demuestra que los herederos de Adán y Eva no son como las rosas a las que se refería Julieta, que tienden a exhibir su naturaleza independientemente de nombres y apellidos.
Llegados a este punto, Una vida robada no pretende aportar respuestas a lo que es moralmente injustificable; aunque, en su discurso expositivo, es posible escuchar el desgarrador canto de los que quieren saber quiénes son; sobre todo después de que la genética rindiera sus armas de afectos necesarios, para acabar tan cegada como el rey tebano al que sus súbditos conocían como Edipo.
Más información, entradas y horarios en http://www.teatrofernangomez.esmadrid.com