Freud y C. S. Lewis dialogan en Madrid
Freud y C. S. Lewis son los protagonistas de “La sesión final de Freud“, según la obra original de Mark St. Germain. El Teatro Español acoge las representaciones del inspirador texto, a partir del 13 de enero.
El 3 de septiembre de 1939 a las once de la mañana, Gran Bretaña declaró oficialmente la guerra a la Alemania de Hitler, después de la anexión germana de la ciudad libre de Dánzig. Mientras la BBC retumbaba en los oídos de la humanidad con la fatal noticia, en una habitación de estilo vienés -ubicada en la calle londinense de Maresfield Gardens- debatían con ardor colegial el doctor Sigmund Freud y el catedrático Clive Staples Lewis.
Los paisajes abiertamente oníricos de Freud (sujetos al análisis de los símbolos) libraron discursos de emociones universales frente a las tesis milimétricas de un Lewis que aún no había vislumbrado las simas de la pasión romántica (el autor de “Las crónicas de Narnia” solo conoció un breve matrimonio al final de su existencia, con la poetisa Joy Gresham).
La unión de estas mentes portentosas, cargada de tonalidades ficticias y cristales polícromos, es lo que nutre los diálogos de “La sesión final de Freud“, la obra original de Mark St. Germain que llegará el próximo 13 de enero a la sala pequeña del Teatro Español de Madrid.
FREUD Y LEWIS EN UN MUNDO EN ALERTA
Estrenada inicialmente en 2010 -en la cartelera neoyorquina-, la pieza que visita la Villa y Corte tiene las contorsiones de las jornadas reflexivas, al tiempo que revoluciona el escenario únicamente a base de palabras: sin rastro alguno de acción real y física.
Dos actores encerrados en un decorado neoclásico contemplan la realidad de Europa, un continente que se asoma -con peligro de abatimiento- a los infiernos de la sinrazón y la sangre. Sin embargo, poco o nada se concreta en el texto de St. Germain sobre la amenaza cortante del Nazismo, ni de los vientos de muerte que oscurecían el presente y el futuro de los terrícolas en esos momentos de confusión.
Los temas que sacan a colación Freud y Lewis vuelan al compás de la existencia de Dios, de la trascendencia de la vida, del amor, del sexo, de las pasiones humanas, de las necesidades existenciales… Hundidos en un tradicional inmueble de la urbe del Támesis, el psiquiatra y el profesor dialogan con el fuego de los corazones encendidos: en el caso del checo por la experiencia, y en el del británico por los libros. Un profético planteamiento que resulta un tanto irónico a tenor de los acontecimientos provenientes del exterior a la trama, y que -cual símbolo freudiano– preludia tétricamente el suicidio del impulsor del psicoanálisis (quien murió el 23 de septiembre de 1939).
La versión orquestada para su estreno madrileño por Ignacio García May cumple con rigor y fidelidad el modelo escrito por su colega norteamericano; al igual que la veterana Tamzin Townsend se acoge a la fisonomía del relato, a través de la aparentemente granítica puesta en escena. “La obra habla de algo más que de la cuestión de Dios. Habla de las diferencias generacionales, de la eterna dicotomía entre fe y razón y de la necesidad del ser humano por comprender”, afirma la directora, en la página web del Teatro Español.
Debido a esas condiciones extremas y minimalistas, el montaje abandona su peso específico en la labor de los actores protagonistas; que, en este caso, son el curtido Helio Pedregal (Freud) y el no menos fogueado Eleazar Ortiz (Lewis).
No obstante, y a tenor de lo que “La sesión final de Freud” narra, resulta extraño que, cuando los ciudadanos rompían su tranquilidad tras conocer la decisión del gobierno liderado por Winston Chruchill, dos intelectuales se sentaran con afectación a departir sobre la naturaleza de los hombres y de las mujeres.
Una conversación emulsionada con los contrarios eternos, y a la que ni el diván de don Sigmund pudo adormecer con el acople de los silogismos borrachos de lógica diamantina.
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