Conforme pasan las horas en el interior del Instituto Valenciano de Arte Moderno (C/Guillem de Castro, 118), los árboles pigmentados parecen hacer resonar con mayor fuerza sus copas ante el inexistente viento veraniego, los autorretratos cobran la faz de la enérgica existencia escondidos entre las sombras, y las naturalezas muertas acicalan sus aromas de camposanto para reproducir la añeja belleza de tiempos pretéritos. Y así lo harán, hasta el próximo 11 de septiembre, estas 125 obras del artista portugués Rui Macedo (Évora, 1975), quien transforma -mediante simples trazos- dimensiones, derriba fronteras y destroza la aparente inmutabilidad del lienzo; como lo refleja la gran exposición individual de su genio, que alberga la institución cuyos cimientos urbanos están regados por las más o menos profundas aguas del Turia.
La totalidad imposible es el titulo escogido para la mencionada y monumental presencia -de nostálgico cromatismo de inspiración setentera- de la producción de este pintor licenciado por la Universidad de Bellas Artes de Lisboa. El experto Salvato Telles de Menezes (en colaboración con la Fundación Luis I de Cascáises) es el responsable de tan intensa selección escenográfica, en la que quedan patentes los gustos figurativos y continuamente evocadores de la realidad manipulada del luso; a la par de su necesidad innata por proponer caminos diferentes para acercarse al arte.
Las genéticas humana y vegetal son los motivos que diseñan las raíces pictóricas del creador de treinta y seis años; aunque la intención de Macedo -desde nada más penetrar en su universo de acrílicos y óleos- sea especialmente la de cambiar la concepción muestral de los espectadores. Para empezar, el nacido en la tierra del vino de Oporto reclama la libertad absoluta para la exhibición de las obras, sin las trabas tradicionales impuestas por las condiciones museísticas; desligadas de los corsés de marcos que denieguen el esparcimiento de las ideas reproducidas por su paleta.
Unir arquitectura con caballete, en una suerte de site specific (término inglés que se refiere al lugar que ocupa cada lienzo) en el que cobran especial importancia conceptos como la mise-en-abîme (puesta en el abismo) y la mise-en-scéne (muchas veces usado para designar la labor de dirección en el cine) es lo que pretende, según el catálogo, el joven luso. Algo que, traduciendo la cuestión para la lectura de gentes de cualquier latitud de habla hispana, vendría a ser como procurar que el que contempla el cuadro adquiera la sensación de que tal producto es cambiante, capaz de transformación según la colocación del mismo; o de la simple evolución cromática a través del haz luminoso.
De esta manera, la disposición de la más de cien imágenes responde a la obsesión del autor por generar como una instalación bastante sui generis, donde los elementos de linealidad geométrica son tan protagonistas como la propuesta pictórica. Con ello, el suelo y la pared -o la visión en horizontal y en vertical- son guías esenciales de cara a que el visitante se asocie con temas que -sin dejar de ser recurrentes y transitados hasta la saciedad a lo largo de la historia del arte- se visten con la dimensión de la percepción más o menos novedosa.
Después de contemplar el intenso recorrido, con resonancias de expresivo naturalismo y cierta coherencia pop en el conjunto, la producción de Rui Macedo se alza como un grupo de fantasía alegórica en la que, mediante ingredientes usados mil veces por reconocidos genios de los pinceles, subyace el sabor de creaciones que viajan más allá del marco; y que adicionan un plus con su colocación en las encarnadas paredes de la sala del IVAM, que hospeda con gusto pasional las tesis de La totalidad imposible.
Ya era hora de que los fragmentos se impusieran a los grandes angulares, y de que el desequilibrio fuera tan llamativo como el orden exacto de los personajes y las partes que componen una secuencia pictórica; o de que las esquinas fueran tan determinantes para acercarse a un lienzo como el centro neurálgico de los puntos de fuga. En definitiva, un poco de reflexión sobre la vida que existe en todo cuadro, escultura y fotografía no viene nada mal; a pesar de que sea en este agosto canicular. Además, los óleos de Macedo invitan, con sus animosos colores y abstracción onírica, a que el personal entre en ese juego sustancial de las apariencias.
Más información, horarios y entradas en http://www.ivam.es