0
0
Pintor, arquitecto, inventor, cocinero, soñador, poeta, dibujante, ingeniero… y ahora también héroe de acción. Uno de los líderes del Renacimiento por excelencia, el gran maestro de la Gioconda y el padre de El Hombre de Vitrubio, se calza la capa de superman en el tercer milenio para convertirse en una especie de guerrero, en perpetua lucha contra los diablos de la fe. David S. Goyer (el guionista de El caballero oscuro) es el responsable de esta nueva identidad en el currículo del legendario artista italiano, cuya faz la compone un puzle de ocho capítulos titulado Da Vinci’s Demons.
Producido a medias entre Starz y BBC Worldwide (que vuelven a juntarse después de su triunfal colaboración en Torchwood: Miracle Day), el serial se sitúa en la cuna transalpina de Miguel Ángel y Rafael, justo en el momento en que el genio de La última cena cuenta veinticinco años. En ese lapso vivencial, Leo es un joven extraño y alejado de las preocupaciones que atenazan a la mayoría de los muchachos de su edad y fuste: peregrinos humanos que poblaron esa centuria (la del siglo XV) de luces y sombras. Para empezar, el chico es retratado como un hijo bastardo que nunca conoció a su progenitor; y que ha pasado su aún breve existencia demandado la figura paterna en señores de la raigambre del noble Verrochio y el culto Al-Rahim (conocido como El Turco).
Esta ausencia de figuras tutoriales (el narrador del libreto prescinde de Caterina y Piero, en la categoría de arquitectos de la cadena genética del visionario nacido en 1452) a la que acogerse habían hecho del aparentemente campesino un ser aquejado de una fantasía sin límites, virtud en ascuas que el veinteañero puso en práctica en cuanto tuvo los ensamblajes necesarios con los que apoyar sus tesis futuristas, muchas veces avaladas por la extravagancia de las más enloquecidas propuestas.
Un reparto poco conocido -salvo por algunos nombres del tipo de Hugh Bonneville– dotan de cuerpo escénico a una empresa en la que el actor inglés Tom Riley (Algunos días de septiembre) luce la psique del poliédrico Leonardo; interpretación tocada por un deje truhanesco a lo Caravaggio, que le otorga la convicción de los espíritus fronterizos. Ubicado en los callejones oscuros de la potente Florencia de los Medici y del Papa Sixto IV (James Faulkner), el experto en líneas y contornos se empeña en denunciar las falsedades de la curia eclesiástica de palio y pocas donaciones a los pobres, mientras introduce en sus obras una simbología que (a posteriori) sirvió –por ejemplo-para engrosar las arcas de escritores tan avispados como Dan Brown.
The Hanged Man (El hombre ahorcado) es como se ha nominado al capítulo inicial de la serie (que comenzará a emitirse el próximo 12 de abril, en la televisión por cable de Gran Bretaña), con el que se dará el pistoletazo de salida a una trama donde el protagonista se muestra como un vividor sin medida, acostumbrado a visitar los lupanares y los sitios de mala fama al lado de su amigo Zoroastro (Gregg Chillin), y que se halla sumido en luchas intestinas por hacer realidad sus ensoñaciones más peculiares.
Pero no sólo de aventuras y acción se nutre este intenso papel ideado por David S. Goyer, ya que el amor también es una de las facetas superlativas en su carne de pequeña pantalla y ánima digitalizada. Pasiones de alcoba y galanteo que tienen en la bella y misteriosa Lucrezia Donati (Laura Haddock) una inspiradora piedra de toque y musa.
Junto a los nudos argumentales, un cuantioso presupuesto en euros e incontables esfuerzos técnicos y humanos han hecho posible la grabación de un proyecto tan titánico como Da Vinci’s Demons: sufrimientos traducidos en una puesta en marcha que ha necesitado -entre otras gestas- la construcción de un plató entero y monumental (levantado en los estudios de la BBC en Gales). A través del competente trabajo realizado por el ejército de carpinteros y encargados de la escenografía, los directores de los episodios (Michael J. Bassett, David S. Goyer, Paul Wilmshurst y Jamie Payne) han podido dar aliento a la Italia de finales del 1400, pese a moverse únicamente sobre el cartón piedra de interiores artificiales.
No obstante, la magia de la industria audiovisual reside en hacer creer a los espectadores que todo lo narrado tiene trazas de veracidad. Si el truco se nota, no vale. Sólo bajo estas premisas se podrá ver a Leonardo da Vinci, el inmortal hipnotizador de la sonrisa de La Gioconda, como a un tipo elocuente y tarambana, un eléctrico cruce entre Indiana Jones y Nostradamus (todo en uno). No en vano, la producción goza de la factura y de la inventiva de muchos de los causantes de éxitos en la programación isleña, como El doctor Who e Invasión jurásica. Seguro que, una vez visionado el serial, la sala de pintura italiana del Louvre adquirirá dimensiones de misterios ancestrales (más que nada para los que hayan olvidado ya los acertijos criminales de El código da Vinci).
Más información en http://www.starz.com/originals/davincisdemons/
