Courbet en estado puro
Hay veces en las que el Arte va más allá de lo meramente onírico, de la belleza de caballete y lámina o de la perfección simulada a través de los trazos. Existen obras que no buscan lo excelso en la materia celestial; sino que incrustan su espátula en la rutina diaria: el estado vivencial que hace a los seres humanos deformes, ante cualquier canon establecido por académicas proporciones. A esa fauna de filósofos del día a día, que nutrían sus estómagos y jornadas a base de hogazas de pan y sudor campesino, es a la que pertenecen los modelos de Gustave Courbet (Ornans, Francia, 1819- La Tour-De-Peliz, Suiza, 1877). Los lienzos del artista compatriota de Delacroix no rinden tributo a las figuras estilizadas de jóvenes con rasgos divinizados: son las carnes holgadas de los plebeyos, de los que no solían engendrar el buen gusto de los salones decimonónicos ni engatusar la vista mediante contornos vaporosos, los que protagonizan la mayoría de las composiciones de este revolucionario con espíritu en constante renovación.
Genio capaz de insuflar la adecuada inspiración a movimientos como el Impresionismo, el autor de Cortesanas al borde del Sena es la estrella de las exposiciones temporales en el barcelonés Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) hasta el próximo 10 de julio, con la muestra Realismo(s). La huella de Courbet. La exhibición –organizada por los comisarios Cristina Mendoza, Mercè Doñate, Francesc Quílez y Elena Llorens– presenta por primera vez en España una selección de cuadros del vástago de Ornans proveniente de colecciones públicas y privadas; a la vez de completar el viaje hacia el universo creativo del proclamado padre del Realismo con un nutrido grupo de escenas paridas por los mejores pinceles relacionados con la producción de Courbet, ya sea por influjo directo o por legado técnico (desde los elementos comunes con antecesores como Murillo y Ribera, hasta herederos del presente tecnológico como Antoni Tàpies).
Siempre ha existido algo común entre Courbet y maestros como Caravaggio; y ese halo consiste en la capacidad innata de los dos para abandonarse a los placeres mundanos. Estas correrías por la trastienda de la moral más tradicionalista otorgó a las telas del francés una similar vitalidad a la deplegada por las escenificaciones del artista italiano; aunque, en el caso del hijo de la tierra de Luis XVI, ese gusto por los congéneres de los estamentos inferiores se viera reflejado a través de un costumbrismo menos bíblico y más selvático que el esgrimido por el antecesor transalpino. Salvo en sus inicios -cuando el responsable de Las bañistas se dejó atrapar por la estela del Romanticismo reinante- los sueños dejaron de existir en la mente profesional de Gustave Courbet, para aplacar sus ansias pictóricas con fogonazos deudores de un tiempo caótico y tumultuoso.
El itinerario por la magia visual del responsable de Entierro en Ornans propuesto por el MNAC redunda en la riqueza secuencial del creador nacido en el país de la Marsellesa; un hombre que nunca se mantuvo al margen de los acontecimientos que tenían lugar en su entorno más inmediato. Así, Courbet no escondió el ala tras su paleta con los impactos políticos que atenazaban la Francia de la Restauración. Con su escarapela revolucionaria, el artista se sumó a los insurgentes en las revueltas de 1848 por las calles capitalinas; y despotricó como el que más contra el amaneramiento de la conciencia social propugnado por los defensores de la vuelta de la monarquía. Precisamente, sin esa capacidad para la lucha armada quizá no habría nacido el Realismo; ya que este término surgió por incitación del otrora pueblerino cuando sufrió el rechazo de las instituciones. El bautismo de su muestra individual bajo el epígrafe de Pabellón del Realismo, a finales de la primera mitad del siglo XIX, dio pie para acuñar el nombre de la futura corriente plástica; una catalogación que quedó inmortalizada con sobresalientes trabajos elaborados por su prodigiosa mano, como el llevado a cabo en el lienzo El taller del pintor (especie de autobiografía dibujada, en la que el artista narraba de manera literal siete años de su vida).
Ese esfuerzo por resistirse a las consignas de los académicos de su época hizo que las escenas costumbristas de Courbet se convirtieran en incómodos retratos para el poder establecido y para los abanderados del clasicismo a ultranza; quienes veían como un agravio que el creador de Proudhon y sus hijos no tratara los grandes temas del Arte (religión, historicismo…) y se dedicara -en cambio- a reproducir las acciones de prostitutas, maleantes y asalariados amargados por la pobreza. Incluso el desnudo en el amante de la espátula y el pincel plano natural de Ornans fue motivo de polémica, al escenificar el vello púbico en sus mujeres; algo que siempre se solía rehuir por motivos de buen gusto.
Gustave Courbet no fue un individuo al que se le pudiera acaudillar; y en ese salvajismo libertario residía la mayor parte de la fuerza de su obra. A través de él, el creador europeo prendió un fuego que no dudaron en ensalzar coetáneos como el naturalista Jean-Baptiste-Camile Corot y Jean François Millet; aunque esa hoguera pasional de sus pinturas granjeara al maestro de los pinceles numerosos problemas a nivel personal. Fruto de su espíritu ajeno a los encorsetamientos de cualquier tipo, la participación del autor de El origen del mundo en el Gobierno de la Comuna en 1871 le proporcionó una temporada en la cárcel, y su posterior exilio de Francia. Suiza fue el país en el que recaló Courbet después de su puesta en libertad, terriorio donde murió al poco tiempo víctima de una cirrosis.
Realismo(s) es una exhibición en la que -con la ayuda de cerca de un centenar de cuadros, fotografías, grabados y dibujos- el MNAC se adentra en las obsesiones de unos años en los que la creación plástica se pergeñaba robando, con los apuros propios del alma sensible, los colores y motivos a la misma esencia vital. Desde los márgenes excelsos de Murillo, Velázquez, Ribera y Rembrandt a las boscosas y diabólicas insinuaciones paisajísticas de Corot o a las abstracciones metafísicas de Tàpies, las huellas de Courbet son prolijas e intransferibles, infranqueables en toda su extensión, ajenas a un seguimiento meticuloso… Experiencias que escapan a los estudios meramente enciclopédicos…
Más información, tickets y horarios en http://www.mnac,cat