Cortázar revive su romántico road trip
Cortázar protagoniza una de las novedades literarias más atractivas de cara al verano, con la reedición de Los autonautas de la cosmopista.
Alfaguara recupera la magia narrativa del autor de Rayuela, a través del viaje por carretera que llevó a cabo junto a su compañera Carol Dunlop.
El libro fue terminado después de la muerte de Dunlop y poco más de un año antes de que Julio Cortázar falleciera víctima de una leucemia, trágico suceso acaecido en 1984.
Treinta y tres días, estimados aproximadamente entre el 23 de mayo y el 27 de junio de 1982, fueron suficientes para que el escritor latinoamericano (nacido circunstancialmente en Bélgica) de la barba bohemia ideara un cuaderno de bitácora inolvidable y poliédrico, como sacado de una peregrinación con destino al corazón sensible del individuo.
Confeccionado al lado de su compañera Carol Dunlop (quien se encargó de las fotografías que visten el texto), Julio Cortázar alimentó cada palabra impresa en Los autonautas de la cosmopista con el vaho calórico de las despedidas anunciadas.
Un final de grises presagios que va más allá del destino programado en Marsella, y que acaba humedecido en las aguas profundas de la laguna Estigia, bordeado por la barca de Caronte.
Pero esto no significa que el libro de JC sea por ello un cuadro tétrico de amarguras existenciales. Por el contrario, los capítulos del mismo son piezas pensadas para el entretenimiento y el juego, el descubrimiento y el asombro, la algarabía y el deseo.
Desde este posicionamiento, el relato convierte su curso en una aventura apetecible y vertiginosa, enriquecida con el ansia del writer por meter al lector de lleno en la furgoneta Volkswagen Combo roja, a la que irónicamente bautiza como Fafner (el dragón aparecido en las óperas de Wagner).
CORTÁZAR Y SU LÚDICO SENTIDO DE LA REALIDAD
Espías, brujas, demonios, plantas de las más variadas clases, fauna digna de estudio pormenorizado, y demás personajes mágicos llenan los párrafos y los versos libres contenidos en el book.
Y, con cada una de las apariciones de tales seres, el creador argentino dibuja un paisaje fantástico, como de cuento de hadas identificado con la realidad. Un relato de esencias intemporales donde Carol Dunlop ejerce de musa e inspiración, de motor rector de cada una de las energías quemadas en el asfalto y el sol sureño del país de La Marsellesa.
Los 33 días de la odisea son estimulados por el disfrute sincero de las emociones irrecuperables y compartidas. Un sentimiento sublimado y atrayente, que llamó la atención de Mario Muchnik, quien adquirió los derechos de publicación para Seix Barral.
Planes que no se pudieron llevar a cabo por la marcha del editor de la citada firma, y que fueron completados -no obstante- por Muchnick Editores, en 1983.
Sin embargo, la aceleración del asunto no fue suficientemente rápida para que Carol Dunlop viera el trabajo conjunto impreso, ya que la fotógrafa estadounidense falleció a finales de 1982, por causas de una aplasia medular. Aunque el literato argentino sí que pudo cumplir el deseo de la pareja consistente en donar parte de los beneficios de ventas al pueblo nicaragüense.
No mucho tiempo después, en 1984, Julio Cortázar abandonó este mundo en su residencia parisina, debido a una leucemia.
Alfaguara recupera de esta forma un texto que es más que una simple obra de calidad envidiable y enganche evidente; ya que Los autonautas de la cosmopista se erige como una extensa declaración de amoroso trance, esculpida por dos artistas de la palabra y de la imagen que coincidieron en el arco vital.
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