Björk adelanta su cura contra las distopías sonoras
Björk saca a la venta su último disco. “Vulnicura” (One Little Indian Records) está a disposición del público desde el pasado 20 de enero, en iTunes; y supone el regreso de la cantautora a los paraísos electrónicos.
Tres años de canciones en barbecho han sido necesarios para que la islandesa más famosa del planeta dé forma a su nuevo proyecto. En concreto, casi una decena de líricas modernas y un tanto eclécticas, agrupadas bajo el paraguas de “Vulnicura” (One Little Indian Records).
No obstante, y a pesar de que el álbum se puede descargar previo pago en el canal de iTunes, la edición de esta novena obra de estudio de la nórdica va a coincidir realmente con la magna exposición que el MoMa neoyorquino pretende dedicar a la artista desde el próximo mes de marzo (fechas en las que también aparecerá una completa autobiografía de la creadora nacida en Reikiavik).
Una espera necesaria para conocer un poco más a esta señora de timbre misterioso.
BJÖRK MIRA POR EL ESPEJO RETROVISOR
Los ambiciosos márgenes de “Biophilia” (el anterior disco de la exótica gachí, grabado en 2011) habían dejado un tanto exhausta a la isleña, a la vez de ser los motores necesarios para activar sus ansias de componer. Las apps que apadrinó la mujer de ojos rasgados, destinados a elaborar música en cualquier lugar y con un simple software de cierta calidad reproductora, contribuyeron precisamente a eso: a que la chica de “Bailando en la oscuridad” se alejara de la barahúnda mediática, y se sentara a escribir en formato de pentagrama.
Dentro de esa tarea de creativos primas, la aparición del dj y productor venezolano Alejandro Ghersi (Arca) fue casi profética. El polifacético colaborador de Kanye West (con quien armó los ritmos de “Yeezus“) vistió las ideas originales de Björk con las esencias de la electrónica atmosférica, y las alumbró con el candil de los tonos sincopados (cromáticos y enriquecedores).
Tales pilares formativos se sienten desde los acordes iniciales de “Stonemilker“, el track con el que comienzan a sucederse las pistas de “Vulnicura” (término que se refiere a la curación de las heridas). Unos elementos invisibles y efectivos, que se complementan a la perfección con las aportaciones del mezclador británico The Caxan Cloak (el espíritu sinfónico de The Body y Health).
Cuerdas tensas, percusiones estimulantes, pianos atronadores, arpas ancestrales, ecos galácticos… Las calificaciones de las songs dibujadas por Björk y su equipo son tan variadas, como la paleta con las que han sido concebidas. Unos senderos de variopintas extensiones, que pueden recordar a los paisajes esbozados por la heroína del cabello azabache en el mítico “Homogenic” (1997).
Aunque, entre las costuras determinantes de este compacto, existe un hilo sensitivo fundacional, que la propia protagonista identifica con su relación con el artista norteamericano Matthew Barney. La capacidad profunda del responsable de “The Cremaster Cycle” se erige como voz personalizada en los nueve temas del disco, mucho más tradicionales en cocinado y pretensiones que los del ya citado “Biophilia“.
Mención aparte merece la tonada que Björk interpreta al compás del portentoso Antony Hegarty (el incuestionable líder de Antony and the Johnsons). “Atom Dance” es como un himno de notas somnolientas, surgido de una distopía literaria al más puro estilo del ciberpunk narrativo. En sus ripios, incluso es posible atisbar alguno de los recovecos imaginativos de William Gibson, y de su adictivo texto bautizado como “Neuromante“.
La alquimia épica de “Lionsong“, la sensualidad explícita de “History Of Touches“, la contundencia de “Black Lake” y el esoterismo de “Mouth Mantra” son otros de los palos de la baraja a los que juega “Vulnicura“.
Un placebo bastante adecuado para cerrar los abismos de la rutina, el cual tendrá su consiguiente gira planetaria (las primeras citas están cerradas para el Carnegie Hall de Nueva York, durante el 7 y el 14 de marzo de 2015).
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