Alfonso Albacete despierta la nostalgia marina
Alfonso Albacete cuelga sus últimas creaciones en la Galería Marlborough de Barcelona, hasta el 12 de marzo. Un conjunto de cuadros en gran formato, en el que el artista malagueño exhibe su heterogénea paleta de pigmentos innovadores. Joc es el título de este atrayente viaje por las obras de uno de los máximos representantes del eclecticismo español de los setenta.
Pinturas surgidas de las orillas marítimas, prologadas por cuerpos identificados únicamente por su desnudez, sin rasgos físicos determinantes ni señas de su individualidad, situados en medio de un paisaje como de collage orquestado. Dentro de esas extensiones del lienzo da lo mismo el apego generacional a una corriente concreta, o el estilo purificado de las imágenes; ya que lo importante es narrar historias superpuestas: memorias en retroceso, imprecisas y cambiantes.
Esas son las coordenadas propuestas por el joc (juego) que preside el discurso de Alfonso Albacete, atrincherado en los cambiantes tiempos donde cualquier expresión artística tiende a ganar peso de mercado con la mezcla efectiva de influencias y formatos. Y con tales bártulos de secretismos latentes es como el creador andaluz presenta su última serie de secuencias, en las que confluyen con inusitada parsimonia el figurado hiperrealismo -con accesos de Pop Art- con la abstracción de arquitectónicas resonancias.
ALFONSO ALBACETE Y SUS CUADROS DENTRO DE OTROS CUADROS
Nada más entrar en la sede barcelonesa de la Galería Marlborough, una explosión de cromatismos cargados de brillo revienta ante la mirada del visitante, como una carta de presentación que anima a los extraños a tumbarse en las hamacas planeadas por el maestro sureño, o a pelotear un poco sobre la arena de playas inmensas: sin nada más que pensar salvo en el hedonismo circundante.
Perdido en esos paraísos salvajes de pinceladas variadas, el antiguo pupilo del murciano Juan Bonafé ejerce de guía con la libertad propia de los que no se aprestan a lanzar consejos de actuación, sino que únicamente propone desvestirse emocionalmente para enfrentarse con los lienzos.
Así, con la fantasía por bandera, el espectador asiste a un aquelarre de figuras que bien podrían recordar a las plasmaciones de un impresionista subido a la máquina ideada por H. G. Wells. Maniquíes carentes de carnalidad o sensualidad, que visten con sus posturas de relax colectivo las perspectivas voluntariamente deformadas que inventa Albacete, al calor de su obsesión por innovar caminos y estilos.
Aunque esa pasión por inspirar espacios y lugares ebrios de ensoñación de laboratorio no despierta rebeldía ni ruptura, sino que mantiene la llama viva de un apego religioso a no limitarse a pisar terrenos abonados por otros compañeros de generación.
Precisamente, esa capacidad para saltarse las normas -y concebir la plástica como un compendio de sensaciones ajenas a los manuales academicistas- llena de fuerza energética cada una de las telas del pintor de Antequera, el cual licua la noble belleza pretendida a través de los azules escandalizadores y los amarillos anaranjados.
Más juego que manifiesto de seriedad obligada, la exposición de AA propone evitar las etiquetas y desprenderse de los convencionalismos, para simplemente jugar. Regla necesaria para entrar en el cosmos con aroma a pretérito de este señor de soleados atardeceres e interiores nostálgicos.
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